Con algunas de las mujeres visitando una exposición de arte |
Sevilla. Cinco de la tarde. La mañana en secretaría ha sido de locos. Atravieso el descampado preguntándome quién demonios me mandaría a mí estar metida en estos berenjenales (sí, yo también sé la respuesta, pero me lo pregunto siempre en semejantes circunstancias y no cuando se está al fresquito en el templo) y cómo me gustaría estar tomándome una coca-cola congelada.
Damos clase en un aula prefabricada que está en el patio de la parroquia. Aquí las llaman "caracolas", que es algo que me hace mucha gracia y que creo que le da un puntito poético al asunto. Cuando entro, las mujeres están sacando sus cuadernos y poniéndose al día de las últimas novedades. Muchas son gitanas y tienen entre cuarenta y sesenta años (aunque hay algunas más jóvenes) y todas están allí porque hace un año o dos no sabían leer ni escribir. Todas han venido andando al solajero. Las dos horas las paso con Mari, Adelaida y Pili. Un rato haciendo dictado, escritura libre, ejercicios para ejercitar la memoria y, por último, unas cuantas cuentas. La verdad, es que siempre me río un montón con ellas y me sorprende la sencillez con la que aceptan que una pipiola como yo les enseñe algo o les corrija.
A las siete menos cuarto, recojemos los cuadernos y el material y nos preparamos para hacer la oración. Son sólo diez minutos, supuestamente. Esta vez me tocaba llevarla a mí. Últimamente, el Espíritu Santo está haciendo horas extra conmigo, así que pensé que sería bueno dejarlo rodar por la mesa y preguntar qué era aquello del Espíritu para ellas y reflexionar juntas con el testimonio de un político pakistaní que asesinaron el año pasado por defender a los más pobres de su país. Se creó un silencio y una escucha muy especial...aunque muchas manifestaron que ellas nunca serían como Jesús y que después de haber sufrido tanto, y arrastrar tanto a sus espaldas, dudaban mucho de que Dios estuviera realmente con ellas. ¿Se había presentado alguna vez ante ellas?¿había hecho caso de sus peticiones? Estaban cansadas de pedir y no escuchar ninguna respuesta, ¿quién puede hablar con Dios?Jesús sí, porque como Él no hubo y habrá ninguno más, pero...¿ellas?
Intenté transmitirles mi convicción de que ellas también eran mujeres que estaban dando la vida por su familia y que si aún estaban allí, reunidas, aprendiendo, esforzándose, comprometiéndose, y no encerradas en sus casas llorando por sus historias...era porque el Espíritu las había impulsado hacia delante. Ninguna de ellas era una perdedora, ni una cobarde porque el mismo Dios era el que las guiaba para no rendirse.
"Espíritu Santo, Señor que das la vida,
abre mi corazón.
Hazme buscar y acoger tu verdad.
Sin miedo"
Rezamos esa pequeña oración al final, todas juntas . Y hasta Marcelina, que siempre, siempre, siempre comenta que está enfadada con el Señor, em miró y me dijo: "A ver si es verdad eso del Espíritu, que a mí me hace mucha falta con todo lo enfadada que estoy con el Señor..." Y yo deseé otra vez que hicera las paces, porque Dios está deseando que se deje abrazar...
La verdad es que es alucinante lo que cuentas...normalmente estamos tan ocupadas en quejarnos que no damos lugar a sentirnos agradecidos por lo que tenemos, estamos tan pendientes en superar lo que va mal que perdemos de vista todo lo bueno que nos pasa a diario, estamos tan ocupados en castigarnos por lo que no somos capaces de hacer que anulamos oportunidades que no se pagan!
ResponderEliminarDEBERÍAMOS APRENDER DE ESTAS SEÑORAS...la verdad que sí!