miércoles, 21 de marzo de 2012

Regalos disfrazados de desierto





“Atesorando” en un monte granadino 

Muéstrame tu camino, para que como Abraham sea capaz de salir de la casa de mi padre y siga con fidelidad aquello que tú me muestres.

Perdona mis rebeldías de juventud, son parte de mi historia, ya lo sabes... Míralas con esos ojos de amor que hasta hace poco no he sido capaz de reconocer.

Vacíame de mi, hazme humilde y pobre para que solo pueda llenarme de ti, para que solo seas tú lo que muestre a los demás.
No me hagas olvidar jamás que ponerte en el centro es poner a mis hermanos en mi centro de acción.

Ábreme los ojos para que, cuando llegue la tormenta, no me quede ahogada en la tempestad y sea capaz de reconocer la maravillosa luz del arco iris.

Recuérdame siempre que tú me soñaste y yo acepté lo que soñabas para mi. Cuando dude de tu sueño, vuelve a besarme y a envolverme, como has hecho hoy, con tu brisa suave y elegante. Y como hoy, sintiéndome un poco Pedro, lloraré jubilosa al no saberme digna de un amor tan grande.

 Libérame de preocupaciones banales. Hazme capaz de asumir la inmensa libertad de quien se siente abandonada en tus manos.

Que mi centro sea el reino y su justicia, que mi vida sea Cristo y que el “equipamiento” que lleve me permita, cada día, afanarme en amar. Que mi sí sea como tú quieras que sea.

Y desde mi pequeñez, como hizo María en el Magníficat, trataré de hacer de mi vida, llena solamente de ti, un continuo canto de alabanza.

¡Gracias por los regalos disfrazados de desierto!

Bea 

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