sábado, 31 de marzo de 2012

El chapuzón



Los dos caminaban por la playa. Un hombre del norte y un hombre del sur. El del norte dijo: “¿Nos damos un champuzón?” El del sur respondió: “¡Hace demasiado frío! Pero por mí no te cortes…”El del norte no se cortó: tiró la camiseta y entró en el mar sin dudarlo. El del sur se quedó mirando. Cuando volvió, el hombre del norte traía una sonrisa en la cara. El hombre del sur le dijo: “Con esta temperatura, no sé cómo lo haces” El hombre del norte le respondió: “Es muy simple: no lo pienso. Voy” “¿Cómo que no lo piensas?” preguntó el del sur extrañado. “En el norte, donde vivía, el mar está siempre más frío que el de aquí, así que tuve que aprender a desconectar la cabeza para entrar en el mar” 

“Desconectar la cabeza para entrar en el mar”. La conversación se quedó resonando como una caracola dentro del hombre del sur. Y en aquel momento se dio cuenta que era eso precisamente lo que tenía que aprender a hacer. No con el mar, sino con ciertos estados interiores. Sí, aprender la sabiduría de los grandes maestros: esa que consigue desconectar las sensaciones, sentimientos y emociones de la propia identidad. Por propia naturaleza tendemos a dos extremos: a dejarnos envolver por el sentimiento de tal forma que casi nos ahogamos; o a mirar las sensaciones, los sentimientos y las emociones a distancia, como quien contempla el mar desde la orilla. 

Pero ni una ni la otra es la vida que podríamos tener: no podemos estar siempre sujetos a los tortazos de la montaña rusa de los sentimientos, ni tampoco vivir apartados de nuestra sensibilidad interior, como si no tuviésemos nada que ver con aquel espectáculo (sobre todo de aquello que causa reacciones más fuertes). Al igual que el que entra en el mar helado, tenemos que decir “No me lo pienso. Voy” y sumergirnos en lo que nos acontece aquí, dentro: saborearlo o sufrir hasta arrancar el significado que ese estado nos quería comunicar. Entonces, empapados ya hasta los huesos, y sabiendo que eso no forma parte de nuestra identidad más íntima, podemos volver a salir en paz. 

Fue entonces cuando el hombre del sur, mirando todavía el horizonte, dijo: “¡Claro! ¡por eso los maestros espitiruales hacen ayunos y sacrificio…!¡para aprender a desconectar la cabeza cuando quieren entrar y salir libremente del mar de las sensaciones, sentimientos y emociones!” Tiró también la camiseta y fue a darse un chapuzón. 

 Joao Delicado, sj

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