miércoles, 20 de abril de 2011

Tres veces




Mi boca siempre corre más que mi cabeza. Bastante juez, bastante soberbia, bastante testaruda., demasiado perfeccionista de cara a la galería para ganarme el primer puesto. Pero reconozco, también, que no me falta buena voluntad y que me gustaría que todos se enrolaran en el mismo carro: el del Reino de Dios. Que, como Pedro, aprendo a base de batacazos porque hay una parte de mí que parece impermeable y necesita trombas de agua para que surta algún efecto y que, al igual que Pedro, no me queda más que repetir tres veces: "Señor, tú sabes que te quiero"...a pesar de las veces que te he fallado.

"Te vas a dar un batacazo, Pedro, de esos que transforman una vida. Por impulsivo, por tener el corazón más grande que la cabeza, porque hasta ahora no has dado demasiado tiempo a que estos años transcurridos con Jesús vayan calando hasta lo más hondo. Pero no te preocupes, en una noche muchas cosas se ponen en su sitio, y lo que no ha calado hasta ahora va a derramarse a borbotones en tu interior.

No es buena voluntad lo que le falta a Pedro. Siempre impulsivo, siempre dispuesto, siempre presto a dar una respuesta inmediata; dejar las redes, seguirle, gritar con la boca bien grande: “yo no te fallaré”, o “jamás dejaremos que mueras en cruz”. En la noche del juicio, tras negarle tres veces, a Pedro le toca aprender de golpe dos lecciones tremendas: Primero, él mismo, Pedro, no es el gran héroe que soñó. No es el “mejor” ni el “más grande” de los discípulos. Es débil, frágil, limitado, asustadizo… hasta la traición del amigo. Es la flaqueza la que nos abre a otros. Segundo, a partir de este momento, menos grandes palabras, y más hechos sencillos."


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