Supongo que ya soy demasiado grande como para ser simple. Y cándida. Porque hay un millón de situaciones que no entiendo y lloro de rabia, porque a otros no les parecen tan simples.
Tan evidentes.
Tan fáciles de hacer.
Ni tan sencillas.
Y para todo hay otro millón de razones complicadas, importantes, oscuras, psicológicas, culturales, inteligentes y racionales que intentan responderme, explicarme con sensatez, por qué los hombres nos seguimos haciendo daño.
Como si no fuésemos todos iguales
ni nos doliesen las balas
ni nos humillase poner la mano
y empezar, otra vez, de nuevo.
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