Cayó ayer en mis manos un breve escrito de Enrique Bartolucci, misionero comboniano, titulado "La misión desde la pobreza. Una audacia de Puebla". Solemos pensar que para dar tenemos que tener (mejor aún, sobrarnos), pero lo cierto es que la lógica que Dios nos muestra no coincide en absoluto con ese axioma.
Esta reflexión sobre la misión tiene su origen en la necesidad de que los cristianos de América Latina salgan de sus fronteras para anunciar también ellos el Evangelio, después de ser durante siglos "tierra de misión". Es verdad que sus palabras están escritas para un público muy concreto, pero creo que puede aplicarse también a nuestra situación actual, aquí en España.
Con esta crisis que tenemos encima, no es difícil oír que con la que está cayendo ya tenemos suficiente "misión" aquí y que no hay que irse fuera para "ayudar". Primero, que la misión ad gentes es mucho más que "ayudar"; segundo, porque podemos y debemos dar desde nuestra pobreza material, de recursos, de números. Porque, en definitiva, no hay dos iglesias (una que da y otra que recibe, o una más preparada y otra que debe ser enseñada) como no hay dos mundos, sino que somos sólo una en comunión (en unión) Nunca seremos lo suficientemente pobres, ni lo suficientemente necesitados, como para no poder dar todo aquello que tenemos.
"Si somos Iglesia, no podemos escondernos, no podemos defendernos, no podemos aislarnos (...) El precepto del Señor de ir a todo el mundo no está condicionado a nada. No hay que esperar que primero todas nuestras gentes hayan sido totalmente evangelizadas. Si Pedro y Pablo y los demás apóstoles hubiesen puesto tales condiciones, o hubiese interpretado tan tímidamente el precepto del Señor, hoy en día la Iglesia católica seguiría estando circunscrita a la ciudad de Jerusalén y alrededores.
Dar desde nuestra pobreza significa dar las riquezas evangélicas que son propias de los pequeños, de los pobres, para que la misión sea más sencilla; en una palabra: más evangélica. Una misión que ofrezca a toda la Iglesia, con sencillez, el testimonio de nuestra opción sincera en favor de los pobres; una misión que multiplique nuestra presencia entre los que cuentan menos a los ojos del mundo; que redescubra, como forma auténtica y privilegiada de evangelización, el testimonio de la vida, renunciando a los medios que nos hacen parecer ricos y poderosos y, por ello mismo, nos alejan de la gente sencilla; una misión que prefiera los medios humildes, que sea fuerza de vida, como la fuerza de la pequeña, pero ubérrima semilla o de un poco de levadura que fermenta toda la masa.
Significa ver la realidad con ojos distintos, anunciar el Reino con otro tono de voz, utilizando otros sistemas, otros medios, que se apoye no sobre una superioridad cultural o económica, sino sencillamente sobre la fuerza del Evangelio."
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