Durante muchos años en mi vida, escuché esa gran verdad que dice: “si quieres comprender la fe cristiana, tienes que vivir la Pascua”. Y qué sabios/as son aquellos que te lo dicen, y cuanto amor y cuanta verdad encierran esas palabras.
Este año, aún comenzando con un poco de tribulación, me embarqué en una nueva Pascua.
Como punto de partida dentro de mi rutina y con la esperanza, y creo que en cierto modo con la certeza (pues se que Dios no me falla) que el lunes de después ya no iba a mirar igual mi vida, y gracias a Dios así está siendo. Ya no lo veo igual.
Muchas veces he esperado encontrarme con un Dios “superhéroe”, de voz fuerte que rasga el cielo y me revela la Verdad de mi vida en tan sólo una frase, para yo poder irme tranquila con esa “verdad” y con la papeleta resuelta para dedicarme a otra cosa, mariposa.
Pero, Dios no suele hablar así. Y ¡gracias Dios por no hacerlo! Dios nos conoce, y sabe que de ese modo no se puede acoger bien su Palabra. Y de eso se trataba en estos días, de acoger en los puntos claves de la Semana Santa.
Acoger en la diversidad, y vaya diversidad que Él sentó a su mesa un Jueves Santo, todos compartiendo desde la riqueza que aporta sentarte al lado de alguien especial y diferente, porque así Dios le ha ido formando.
Acoger en el sufrimiento, pero no como un mero acto de flagelación carente de sentido. El sufrimiento forma parte de la condición humana. Somos maravillosamente frágiles y en esa fragilidad crece y aparece el dolor, como parte de esa humanidad. Cristo, asume esa fragilidad y por esa aceptación nos redime del sufrimiento como un fin en sí mismo. Transforma ese sufrimiento en lo que Él es, lo transforma en amor, perdón quería decir en Amor.
Y ya nada vuelve a tener el mismo sentido, la cruz como símbolo de la muerte, pasa a ser un símbolo de Amor.
Acoger en la esperanza. Y ¡qué bueno eso de la esperanza con los tiempos que corren!
Tiene gracia, esperar a Cristo en el silencio, en el desierto. Qué complicado es permanecer un rato con una misma con el Señor mirándote a tu lado. Lo bueno del desierto, como decía el Principito, es que esconde un pozo de agua en cualquier lugar, y este pozo pueden ser unos ojos profundos en los que se vislumbra una vida, no os imagináis lo agradable y lo sorprendentemente esperanzador que pueden llegar a resultar unos ojos, ojalá nos mirásemos más a los ojos...
O caminar como los de Emaús junto a un hermano con una vida tan lejana que asombra que al caminar entre el frío se te pueda hacer tan cercana y tan salvadora. O como lo que a tus ojos parece una historia común, y te enfadas con Dios por tu mediocridad, se transforma en una historia preciosa en boca de quien sabe mirar más allá de las palabras.
Acoger en el silencio la esperanza de saber que Dios no murió y se quedó callado. Se hace larga la espera, pero juego con ventaja, sé que los silencios (desiertos) de Dios no son eternos y que mientras no decía nada, caminaba a mi lado.
Y llega la noche, la vigilia; con los nervios de quien prepara una fiesta en su casa y quiere que todo el mundo esté a gusto, que todos tengamos velas, que no me olvide el cancionero… ¡Oh, vaya! Esto empieza y no me ha dado tiempo a “arreglarme”, -Da igual, a los ojos de Dios ya estás preciosa.
Un pregón Pascual que te encoge el alma en la oscuridad, unas lecturas que suenan parecidas a las que un padre o una madre, escoge dulcemente para contarles a sus hijos/as la historia de su vida y de cómo les ha amado desde el principio. Y se hace la luz, y os aseguro que algo me sobrecogió el corazón. Esa especie de emoción que no sabes de dónde procede pero que te hace sonreír de un modo especial, con una alegría que pocas veces antes había sentido en mi vida.
Y supe que no era un cuento. Que aquello era real, es real, porque sé lo que he vivido y se de quién me he fiado…
Acoger la vida choca en un mundo y en un tiempo en el que lo único que se oyen son puertas cerrándose en las narices de quienes más lo necesitan. Pero Dios, afortunadamente decidió nacer, vivir, morir y resucitar en aquellos/ as que parecen los últimos/as, los olvidados y olvidadas de la sociedad, pero que para Él eran sus pequeñuelos y a los que tanto amor les profesaba.
Desde el carisma de Comboni, viviendo esta Pascua con un grupo de africanos de diversos países, latinoamericanos, europeos, he podido sentir la alegría de creer en un Jesús que está vivo, está vivo porque baila, porque canta, porque se rie, porque te abraza… Un Jesús que acoge, que ama, que se alegra, que resucita cada día en el corazón de aquellos/as que comprenden que el Amor es su respuesta.
María de la Fuente
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