martes, 2 de agosto de 2011

+ conscientes, - vulnerables




Hace ya dos años que me encuentro en Kenya y estoy en la misión de Amakuriat en el Norte de Pokot. La vida por aquí transcurre a un ritmo completamente distinto al del resto del Norte del mundo. Cada día es un nuevo día que guarda para la gente muchas sorpresas. Después de la estación de las lluvias que, por desgracia no ha traído mucha agua, los campos y las cosechas no han ido demasiado bien: la gente esperaba una buena cosecha pero se ha encontrado con poco o nada. Así que nada de provisiones y nada de reservas para el año. Ahora estamos en el gran periodo de sequía, en el que no se puede cultivar y la gente va en busca de agua para calmar su sed y la del ganado.

Son días de gran calor y se escucha el sonido del viento que envuelve los árboles y lleva consigo toda la arena que encuentra en su camino. En este ambiente tan árido, donde lo que los ojos ven es solo desierto, hay un pueblo que continúa viviendo a pesar de las grandes dificultades que cada día debe superar. Un pueblo, los Pokot, que no son conocidos y ni siquiera considerados, pero que forman parte de las muchas tribus de Kenya. Un pueblo nómada, que para salvar el ganado tiene que estar siempre en viaje en busca de agua. El ganado para ellos es como para nosotros tener una cuenta en el banco, es su propiedad y riqueza que protegen y custodian siempre. Si un cabeza de familia no tiene muchas ovejas, no es digno de bendición y no puede tomar para sí otras esposas.

Ciertamente el problema del agua es muy serio. Hay algunos pozos esparcidos por el territorio, pero no son suficientes para toda la población. Las mujeres, que son las que llevan adelante la vida de la familia, están obligadas a caminar muchos kilómetros para llevar a casa una lata de 5 litros, y no solo eso sino que tienen que hacer horas y horas de fila. Un día entero para una sola lata de 5 litros de agua para toda la familia. La vida procede a paso lento pero sostenido, y yo que estoy aquí con ellos, trato de ir a su paso.

Cada día me doy cuenta de que en la diversidad que nos caracteriza hay una sabiduría de fondo que nos une y nos capacita para la escucha y acogida. No os escondo que el “shock cultural” es grande y me parece estar atrás al menos 2000 años, por el modo en que viven en los poblados, por sus tradiciones y culturas y como ,con frecuencia, están cerrados en su mentalidad de pastores.

Los Pokot, son un pueblo de pastores que dedica toda su vida a la cultura de las vacas y cabras que son para ellos su heredad y la dote para dar a la familia de la esposa. Muchos de ellos son polígamos, tienen más de tres mujeres con un número ilimitado de niños que por desgracia viven abandonados a sí mismos. En efecto para ellos lo que importa es tener el mayor número de hijos posibles pero no se preocupan por su educación y salud. Un niño aquí, cuando comienza a caminar (a los dos años) es considerado autónomo, y ya no lo sigue la mirada atenta de la mamá porque ella tiene ya otro de amamantar y otro viene en camino.

Sí, las mujeres en este rincón del mundo son verdaderamente explotadas, usadas solo como fábricas de hijos y trabajo, ni tienen ni voz ni dignidad. Lo que estamos tratando de crear entre las mujeres es una sensibilidad a toda la situación que las rodea. Con frecuencia, los enormes problemas que viven, sólo son vistos por nosotros que estamos fuera de su cultura... pero cuando lo discutimos las mujeres no alcanzan a verlo en su vida: para ellas todo es normal, han crecido en este ambiente con estas tradiciones y no ven otra cosa distinta, ni sienten la necesidad de cambiar los ritos que arruinan su vida o incluso la amenazan hasta llevarla a la muerte.

Es un trabajo largo que requiere paciencia, sobre todo requiere mucha apertura en acoger lo que ellas viven a su modo y tratar de ayudarlas y transformar desde dentro sus situaciones. Cada vez me doy más cuenta de que verdaderamente vivir esta vida misionera exige mucho y en particular me siento desafiada a reconocer en todo lo que me circunda la vida y el sentido por el que Dios continúa creyendo en el trabajo de los misioneros y misioneras en estas tierras tan abandonadas donde lo que se ofrece es muerte y dolor, donde la vida tiene un precio demasiado alto para ser vivida con dignidad y donde desaparecen todos los ideales y las utopía de hacer misión como héroes.

Cada día estoy aquí, luchando conmigo misma para buscar nuevos caminos de encuentro y de diálogo con esta gente, me interrogo y me dejo tocar por sus vidas e historias. Cada rostro de mujer y de niño lleva en sí el peso de una vida, a duras penas vivida, el dolor de no saber si mañana será para ellos un nuevo día de vida o si todos los esfuerzos que hacen los llevaran a un futuro mejor para todos . También ellos en su vida tratan de hacer lo mejor que pueden, pero las limitaciones son tantas, sobre todo a nivel cultural donde están todavía muy influenciados por los ritos y tradiciones, que no los dejan libres. La pobreza presente es una pobreza de pensamiento, de mentalidad y es esta pobreza que los mata, no el hambre.

Podremos ser admirados y amados cuando les damos de comer y llenamos los estómagos vacíos de muchos, pero no los ayudamos a crecer como personas responsables de sus vidas y de su futuro. Podemos poner nuestra conciencia en paz, haciéndoles llegar ayudas para derrotar el hambre y la miseria, pero no basta, porque la pobreza está en la mentalidad de la gente y en su vivir cotidiano que espera siempre que los demás les ayuden y así se someten a todo incluso a perder su dignidad.

Vivir la misión que Cristo nos ha confiado es saber denunciar y anunciar que un mundo distinto es posible, que cambiando se puede crear un nuevo estilo de vida que ayude a todos a vivir con dignidad y respeto. Cristo nos enseña el camino a seguir, que seguramente no es el más cómodo, pero sí el más eficaz. Se necesita tiempo para que la gente pueda comprender lo importante que es mandar a los hijos a la escuela en lugar de mandarlos a pastorear el ganado, de cómo gracias a la educación pueden abrir sus mentes y acoger lo nuevo que los ayuda a abrir nuevos caminos de vida y de transformación para su bien.

El camino es todavía largo pero está la esperanza que alimenta y que hace posible, para nosotras combonianas, ir adelante sabiendo que con nuestro ejemplo y con nuestro estar con ellos, nos hacemos cargo de sus sufrimientos y de sus alegrías y que el sueño de Comboni continúa a estar vivo en esta tierra tan olvidada, entre un pueblo desconocido a los ojos de muchos. La vida misionera trae consigo el misterio de ser y de sentirse, las más de las veces, como una “piedra escondida” que tal vez nunca verá la luz pero que sostiene y forma parte de un edificio que Dios trata de construir con nuestras vidas en estas misiones de periferia y frontera donde lo que cuenta es estar y saber permanecer, con el corazón lleno de pasión y amor.

Cada día es un don que engendra nueva vida y me invita a dar gracias a Dios por las maravillas que continúa cumpliendo y por los pequeños milagros presentes en la vida de este pueblo Pokot.

En la ternura de Dios que es Padre y Madre os saludo y con el pueblo Pokot me encomiendo a vuestra oración.

Sor Kathia Di Serio

Misionera Comboniana


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails