"De otros se dice que lo dejaron todo por unirse a Jesús; María Magdalena no tenía nada que pudiera dejar, solo podía ganarlo todo. Ella no le "siguió" como otros, solo sabía que él era el único lugar en el mundo en el que ella podía vivir y en el que podía abandonarse a la vida. Ella le siguió como puede decirse que una golondrina sigue al verano: para permanecer siempre en el lugar en el que estaba él y donde encontraba calor. En ningún otro lugar podía creer María Magdalena que encontraría lo que Jesús era para ella y lo que él le había dado"
E. Drewermann
Las palabras que he tenido que escuchar esta mañana en misa no tenían nada que ver con esta preciosa descripción de María Magdalena y su decisión, tan humana y legítima, de seguir a Jesús, el único que la había tratado con dignidad y que le había devuelto a la vida en común, con el resto de la sociedad.
Palabras como "ligera de cascos", "sus picardías" o "pecadora" (como si Mateo publicano no lo fuese o el metepatas de Pedro fuese perfecto, y sobre todo porque en ningún momento se dice que María fuese una prostituta...) llenaban una breve homilía que no tenía desperdecidio. Los hombres seguían a Jesús, pero las mujeres servían. Lo cual está muy bien y es lo que nos mandó Dios: servir a los hermanos, como el propio Jesús lo hizo, pero...¿por qué nunca se nos puede llamar simplemente "seguidoras"?¿por qué siempre se cuela la muletilla de "servidoras"?
Y lo peor llegó al final, cuando al cura se le ocurrió decir que Jesús nunca jamás miró a los ojos a María Magdalena para no avergonzarla de sus picardías...¡la madre del cordero, lo que tiene que escuchar una a estas alturas de siglo! Y encima sin poder rechistar en directo...Porque si de algo estoy segura, absolutamente segura, es de que Jesús y María se contemplaron durante muchísimo tiempo, que fue precisamente la mirada llena de ternura la que la sanó, una mirada liberadora, justa y desbordada por el amor.
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