martes, 12 de julio de 2011

La gata que no era un cocodrilo




Pregunta: ¿Qué ocurre si dejas a Beíta ocho días en silencio y lo que encuentra no responde a sus espectativas de "lo que tenía que suceder"?

Respuesta: Tarda siete días en recomponerse.

Resultado: Vuelve a aprender, por trigésima novena vez, que Dios escapa a cualquier intento por nuestra parte de guardarlo en un frasco y "utilizarlo" según lo que nos conviene.

Algo así me ha sucedido durante estos ocho días en Loyola. Estaba re-convencida de que serían ocho días para que Dios me confirmara las decisiones que había ido tomando, ocho días de paz, tranquilidad y miel sobre hojuelas. Como estar en un spa espiritual. Que te crees tú eso, chavalita. De nuevo he vuelto a sentirme como un gato arañando todo lo que encuentra a su paso, de nuevo escupiendo y escabulléndome. Cansanda de sacar los puños y resistirme a que me quieran. Allí estaba yo en la capilla de la conversión todas las mañanas, segura de que aquel día yo lo sacaría para adelante, y que yo volvería a hacer que todo estuviese en orden, y que yo haría la oración en condiciones, de modo que Dios tendría que volver.

Ni principio, ni fundamento tenía la gatita furiosa. Apretando los puños cada vez que se sentaba en la capilla o cuando le hablaban de salvación. Mirando de soslayo y, a la vez, rogando para que Alguien la llamara por teléfono y le dijera: "Esto es lo que tienes que hacer". Dibujando sin parar. Intentando creer. Y, sobre todo, peleando por estar en paz. Y harta de mí por no conseguirlo: ¿es que hay alguien en este mundo que no pueda relajarse con un paisaje como el de Loyola?¿con semejante silencio, amabilidad y tranquilidad?¿hay alguien en el mundo mundial que no se tranquilice escuchando a Richard Gassís hablar de Dios con semejante familiaridad y ternura? Pues a mí la única respuesta  que se me ocurría es que sí, y que era yo misma.

Vuelta a tirar de la madeja hasta el principio a ver porqué demonios estaba yo allí y porqué la cabeza y el corazón, y toda yo, echaban humo (lo sé, me paso la existencia tirando de ese hilo, pero es que me pierdo tan fácilmente...)Y, cuando lo encontramos, aún arañé y mordí más veces, pero al final...Al final, igual que una gata coge de la nuca a su gatito, así me tuve que dejar relajar para que Alguien me colocara de nuevo en el sitio que me correspondía. Y la gata, aturdida, recuerda que no tiene el tamaño de un cocodrilo y que los gatos se criaron para ir saltando de tejado en tejado.

Y ésa fue sólo una de las cosas de las que recordé en Loyola.

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