jueves, 8 de julio de 2010

Estar misionera, ser misionera





Decía Cesare Pavese que aquello que más secretamente tememos, acaba haciéndose realidad.

Comparto con los de mi edad el temor a envejecer. Quizá no tanto a envejecer, pero sí a depender de los demás, a la inmovilidad, la torpeza, la lentitud, a dejar de ser útil. Me aterra todo eso y más si me sobreviniera antes de tiempo. Me da miedo no saber aceptarlo y me da miedo la amargura, la tristeza.

En la última actualización de "Cartas desde la misión", la hermana Mª del Prado narraba su misión durante los últimos tres años en Italia, que ha estado centrada en el acompañamiento de todas esas hermanas misioneras mayores que, por su estado de salud, ya no pueden estar en "tierras de misión". Muchas de estas hermanas se sienten desorientadas y perdidas porque han dejado de hacer aquello a lo que se han dedicado toda su vida, se sienten abrumadas e inservibles. Durantes estos tres años, Mªdel Prado ha intentado que recuperen la ilusión animándolas a compartiro sus vivencias, participando en la comunidad, aprendiendo cosas nuevas y sintiéndose aún protagonistas de sus vidas, a pesar de la enfermedad.


Al leer el artículo me he acordado de una conversación que tuve hace unas semanas con una amiga comboniana sobre qué es la misión. Sé por qué me asusta tanto hacerme mayor: pongo todo el énfasis de lo que soy en lo que hago. Por lo tanto, dejar de hacer es dejar de ser. Por costarme me cuesta hasta echarme una siesta o tumbarme en el sofá (simplemente porque sí) pudiendo emplear ese tiempo en "hacer algo productivo". A pesar de ello, "el ser" me fascina (soy maestra de Educación Especial precisamente por eso: los niños que más he querido no podían hacer nada, ellos tan sólo "eran" y aún así, eran capaces de transformar con amor a todos los que se acercaban) e intento convecerme cada día de que Dios nos quiere por lo que somos, no por lo que hacemos.


Tendemos a identificar ser misionero con hacer un millón de cosas y, sobre todo, con vivir en alguna aldea remota del Sur. De pequeña me imaginaba que ser misionera tenía más que ver con ir a bordo de un jeep, conduciendo super rápido para salvar a alguien, o con ser una especie de activista-reportera de película. Cuando me veo volcando mi ser en ese tipo de ensoñaciones, poniendo en el acento en el sitio (tiene que ser "allí", quiero salir de "aquí") me digo que "estoy misionera". La verdad, me quedan años para dejar de "estar misionera". Es mi tendencia natural. Ser misionera, sin embargo, tiene más que ver con todo el ser y es independiente de dónde estés y de qué estés haciendo.

Si ser misionera dependiera del número de cosas que vamos tachando de la lista, de los kilómetros de avión, de las causas ganadas, de los proyectos exitosos...entonces la mayoría de combonianas que conozco y quiero estarían pasando una crisis de identidad, estarían a medio hacer, estarían medio vestidas y andarían como perdidas porque su identidad se ha quedado en Ecuador, en el Congo, en Sudán o en Mozambique. Pero lo cierto es que yo las veo muy enteras y ninguna me ha dicho "bueno, yo ahora mismo no soy misionera, ya sabes, como estoy aquí y no allí..."


Reconozco que soy un poco como Pavese. Aunque si él tiene razón, está claro que llegaré a los 100 años (como mínimo). A lo que me resisto es a pensar que llegaré como más secretamente temo: triste, creyendo aún que valgo por lo que hago y no, simplemente, por lo que soy.


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