miércoles, 28 de julio de 2010

El tesoro del pirata




Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-46):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»



El tesoro estaba en una isla y yo era una pirata, sin pata de palo y sin parche en el ojo.

El tesoro estaba en una isla muy, muy, muy lejana y había tiburones, pero yo no les tenía miedo.

Porque yo era tan salvaje como ellos y como no tenía ninguna pata de palo, podía correr, saltar y deslizarme por el mástil para poner rumbo a la isla del tesoro.

Por las noches, bajaba al camarote y repasaba los mapas, no fuera a ser que me desviara del rumbo. Y apuntaba, en mi cuaderno de bitácora, los grados de latitud, el color de las olas y la espesura del viento.

Pasé años surcando los mares del Sur.

"¡Eh, pirata, que la isla está ahí delante!" gritaba Dios

"No, ésa no puede ser"

Y rodeaba la isla.

"¡Eh, pirata, que la isla está ahí delante!" gritaba Dios

"No, ésa no puede ser: la de mis mapas es más bonita, más grande, y está mucho, mucho, mucho más lejos"

Y rodeaba la isla.

"¡Eh, pirata, que la isla está ahí delante!" gritaba Dios saltando desde arriba del palo mayor.

"No, ésa no puede ser. Además, si desembarco, ¿qué será de mi barco?¿y de mis mapas?¿y quién anotará la espesura del viento?¿quién describirá el verde tornasolado de las olas? No, ésa no puede ser. Yo soy pirata y conozco los mares, llevo años imaginando la isla del tesoro y me he enfrentado a los tiburones: mira, aquí está el último mordisco, ¿no es prueba suficiente de que quiero encontrar el verdadero tesoro?"

Y un día, Dios saltó desde el mástil y se zambulló en el agua y nadó, sin yo saberlo, hasta la isla.

"¡Eh, Dios, que la isla está ahí delante!" grité, sin darme cuenta de que Dios ya no estaba en el barco.

"¡Eh, Dios, que la isla está ahí delante!" gritaba mientras corría por cubierta, quitándome la ropa

"¡Eh, Dios, que la isla está ahí delante!" grité antes de lanzarme al mar.

Y con lo ojos llenos de sal, cuando llegué a la orilla, exclamé:

"Ah, pero si tú ya estabas aquí..."
Y se me olvidaron todos los mapas.

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