"Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío.” Lectura de la profecía de Oseas (2,16.17b-18.21-22)
Dios le cuenta a otro sus planes.
No sé exactamente a quién se los podrá contar, pero ahí está, haciendo planes, imaginando, soñando, queriendo como alguien que aún espera. Empecinado. Porque los enamorados raramente se dan por vencidos. Es como si Dios estuviera apoyado en el alféizar de la ventana y su amigo estuviese sentado detrás. Pero Dios le habla de espaldas, porque se lo cuenta al horizonte, porque en el fondo espera que haciéndolo así, le llegue a la que está allá, en la línea del horizonte. Justamente.
“Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón…”
Imagina, planea, saborea. Todo tiene que salir perfecto. Dios habla para sí y de tanto contárselo al aire, le parece que se hace más real. Me lo imagino todo nervioso, como nos ponemos antes de la primera cita, preparando el escenario en su cabeza. La llevará al único sitio donde nadie podrá molestarlos: el desierto. Sólo en el silencio, cuando no hay nada más alrededor, cuando creemos que nos han desterrado, cuando la vida se ha vuelto reseca y agrietada…allí es donde planea Dios venir a hablarnos. Y no de cualquier manera. Nos cogerá de la barbilla y le hablará a nuestro corazón.
“Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto.”
Qué ternura ver a Dios imaginando nuestra respuesta. Qué chiquillo enamorado, a pesar de los años que han pasado. La respuesta que espera es la de aquella jovencita entusiasta, de hace décadas, la que se emocionaba cuando lo oía llegar, la que enseñaba su foto a todos los que venían a casa. Quiere ver otra vez esos ojos iluminados, las mejillas arrobadas, la sonrisa que todo lo puede. Qué ternura ver a Dios imaginando, deseando, soñando, enamorado.
“Aquel día, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío.”
Y cuando vuelva a ver delante de sí a aquella mujer, a la jovencita, a pesar de los años; si ella dice que sí, si ella recuerda el amor que una vez fue y que el paso del tiempo se llevó de la memoria, si ella lo recuerda, reconocerá por fin a su amante, a su esposo, a su amigo del alma. Y Dios será nombrado de nuevo por los labios que tanto echaba de menos.
Los tuyos.
Dios le cuenta a otro sus planes.
No sé exactamente a quién se los podrá contar, pero ahí está, haciendo planes, imaginando, soñando, queriendo como alguien que aún espera. Empecinado. Porque los enamorados raramente se dan por vencidos. Es como si Dios estuviera apoyado en el alféizar de la ventana y su amigo estuviese sentado detrás. Pero Dios le habla de espaldas, porque se lo cuenta al horizonte, porque en el fondo espera que haciéndolo así, le llegue a la que está allá, en la línea del horizonte. Justamente.
“Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón…”
Imagina, planea, saborea. Todo tiene que salir perfecto. Dios habla para sí y de tanto contárselo al aire, le parece que se hace más real. Me lo imagino todo nervioso, como nos ponemos antes de la primera cita, preparando el escenario en su cabeza. La llevará al único sitio donde nadie podrá molestarlos: el desierto. Sólo en el silencio, cuando no hay nada más alrededor, cuando creemos que nos han desterrado, cuando la vida se ha vuelto reseca y agrietada…allí es donde planea Dios venir a hablarnos. Y no de cualquier manera. Nos cogerá de la barbilla y le hablará a nuestro corazón.
“Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto.”
Qué ternura ver a Dios imaginando nuestra respuesta. Qué chiquillo enamorado, a pesar de los años que han pasado. La respuesta que espera es la de aquella jovencita entusiasta, de hace décadas, la que se emocionaba cuando lo oía llegar, la que enseñaba su foto a todos los que venían a casa. Quiere ver otra vez esos ojos iluminados, las mejillas arrobadas, la sonrisa que todo lo puede. Qué ternura ver a Dios imaginando, deseando, soñando, enamorado.
“Aquel día, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío.”
Y cuando vuelva a ver delante de sí a aquella mujer, a la jovencita, a pesar de los años; si ella dice que sí, si ella recuerda el amor que una vez fue y que el paso del tiempo se llevó de la memoria, si ella lo recuerda, reconocerá por fin a su amante, a su esposo, a su amigo del alma. Y Dios será nombrado de nuevo por los labios que tanto echaba de menos.
Los tuyos.
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