Desperté a la vocación misionera con apenas doce años, cuando leía la revista: “Sem Fronteiras”, que me ayudó a entrar en la realidad de tantos países, principalmente del continente Africano. En ese tiempo ya deseaba estar ya en África para compartir con aquel pueblo el amor de Dios. Continué mi vida de adolescente, entre estudios y trabajo, en la ciudad minera de Presidente Kubitscheck, donde nací y con el sueño de ser misionera que se fortalecía en mí. Con 22 años sentí más fuerte el llamado de Dios para una entrega radical al servicio de Su Reino. También en ese momento la misma revista tuvo un papel muy importante.
Por medio de ella entré en contacto con la orientadora vocacional de las Combonianas que me invitó a participar a un encuentro vocacional en el cual conocí un poco de la vida y del carisma de Daniel Comboni. La impresión que tuve fue que ya lo conocía desde tiempo. Era como si el sueño de Comboni, su ideal y su pasión por África hicieran parte de mi historia vocacional. Pensaba: “si Dios me quiere religiosa y misionera tendría que ser hermana Comboniana.” Quería ser parte de esta familia, de un ideal que busca dar voz y voto a los más pobres, que se pone al lado de ellos, porque cree que Dios los ama de un amor privilegiado. Quería continuar en el tiempo el grito de Comboni: “Salvar África por medio de África.”
Después de haber pasado por las etapas formativas y haber concluido la carrera de enfermería, fui enviada en misión Ad Gentes, al Chad. Parece que fue ayer cuando con alegría recibí la destinación para la misión. En aquel tiempo no tenía información sobre este país.
El Chad está situado en el África Central y hace frontera con Níger, Nigeria, Libia, Republica Centro Africana y Sudán. Con una población de 8 millones de habitantes formadas por 200 etnias; es un país rico en su diversidad cultural, religiosa y lingüística. Son más de 100 lenguas en todo el país, siendo el francés y el árabe los idiomas oficiales. Ahí llegué al inicio del 1997 para empezar mi inserción en una comunidad del sur del país y permanecí durante 10 años.
En los primeros años como enfermera trabajé en la pastoral de la salud dando énfasis a la educación sanitaria y formación de agentes de la salud, mientras administraba dos centros de salud de una organización unida a la diócesis. En los últimos cinco años estuve en otra comunidad que administraba un hospital de la diócesis. Los años vividos entre el pueblo Chadiano fueron para mi muy significativos.
En el hospital, aunque si no hacíamos el Anuncio explicito del Evangelio, tentábamos a través de nuestra acción a favor de los enfermos que llegaban, trasmitir la fe, de que Jesucristo vino a traer a todos la vida en abundancia y que nosotras éramos sus testigos. Cuantas experiencias bonitas guardo de los tiempos vividos allá. Aunque con pocos recursos presenciábamos diariamente tantos pequeños milagros. Recibíamos niños muchas veces en coma debido a la malaria u otras infecciones y a veces contra toda esperanza, al día siguiente estos niños estaban ya sonriendo. También otro milagro ocurría cuando: “en un país con el 50% de población Musulmana, teníamos en el campo de la salud una oportunidad de convivir con estos hermanos mostrando a través de actitudes y gestos concretos que nuestra vida como misioneras de Jesucristo, nos convoca a un amor mas allá de las fronteras y diferencias religiosas.”
Así mi historia está hecha de muchas alegrías y dolores pues como Comboni dice: “el corazón de la misionera/o es una mezcla de alegrías y dolores”, somos llamadas a ser causa común llevando en nosotras las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de la humanidad”, principalmente de los más pobres y abandonados.
Hna. Geny da Silva smc
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