viernes, 2 de septiembre de 2011

A nuestros amigos de la misión



Expedita me ha invitado a compartir con vosotros cómo ha sido nuestra vivencia de la JMJ y me ha faltado tiempo para ponerme manos a la obra, pues son muchas cosas las que me sale del corazón compartir con todos vosotros que nos habéis abierto el corazón y la casa, esa casa que se viste de acogida y cariño y que te impulsa a recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio de la Paz y la Misericordia.

Nuestro grupo de monjas contemplativas llegó a Madrid con mucha ilusión y emoción, pues salir de la clausura es para nosotras todo un acontecimiento y más para vivir estos días en compañía de tantos jóvenes. Para todas ha sido un momento único, excepcional, irrepetible. Y encima, gracias a Dios, nos hemos encontrado con nuestras hermanas combonianas, que nos han acogido como al Señor, han sido nuestras madres en estos días, pendientes de nosotras en todo, nos esperaban a la llegada, nos acompañaban a la salida, de verdad no tenemos palabras para agradecer tanto “evangelio hecho verdad”.

Nuestros días en Madrid los hemos compartido entre los actos centrales de la JMJ a los que hemos acudido con el grupo de jóvenes portugueses que estaban acogidos también en la casa de las hermanas y los actos que tenía preparado la Familia Dominicana. Han sido días de mucha riqueza y mucho compartir, mucho conocer realidades nuevas, hermanos y hermanas nuevas de todo el mundo. Así un día compartí la oración con unas jóvenes religiosas suizas, con las que apenas me pude comunicar en un mal hablado francés pero que luego resultaron unas cantoras excepcionales y nos ayudaron con el coro; otro día mi compañero de banco en la Eucaristía internacional de la Orden en Madrid fue un frailecito alemán que me sonreía a cada momento y con el que me encontré varios días, Philipe es su nombre y nunca me olvidaré de su semblante. 


Y otro día compartimos concierto con los jóvenes portugueses, tan vivos, tan alegres, tan sorprendidos de compartir con unas  monjas “de clausura” nada menos.  Recuerdo a las hermanas Joana y Paula, a María, a Pedro, a todos los demás que nos acogieron con tanto cariño y nos hacían preguntas sobre nuestra vida y misión.  Otro día la oración con el grupito de jóvenes españoles, tan profunda, en esa capillita “misionera” y la catequesis de Silvia que nos hizo llorar a casi todos, y también la oración en el Seminario de Madrid, donde los jóvenes portugueses me sorprendieron por su devoción en la oración y lo bien que prepararon todo, con esos cantos tan sentidos y tan espirituales.

Muchos momentos quedan grabados en la retina del corazón por la intensidad de lo vivido, pero hay algunos especiales como el momento en que la lluvia arreciaba en la noche de la Vigilia en Cuatro Vientos y de pronto tras el estupor inicial, la muchedumbre de los jóvenes se puso en pie gritando: “Esta es la juventud del Papa”, sin importarles los truenos y relámpagos que centelleaban por encima de nuestras cabezas, ni la fuerza del viento y la lluvia. Yo pensaba: Señor, fortalece a esta juventud para que con la misma fuerza que ahora, superen las tormentas de la vida y permanezcan firmes en la Fe, arraigados y edificados en Ti, sólo en Ti”.
Y al Santo Padre, diciendo: “Esperemos, esperemos”, y todos a su alrededor chorreando agua y tratando de evitar que él se mojase…

La comunión vivida con tanta gente que se acercaba a nosotras para saludarnos, para darnos una palabra de aliento, o simplemente decirnos: “hermanas, gracias por venir”. Esto, o es de Dios o es imposible que se pueda dar.


Bueno, voy a dejarlo porque no terminaría si siguieran mencionando cada momento. Sólo nombrar a las que no pueden quedar en silencio: Encarnita, Mari Luz, Charo, María Rosa, Mª Carmen, Mª Luisa, Teresa, Julia, Mercedes, Pino, Inés  y todas las de casa; Expedita, Silvia, Palmira, Gracia, Celia, Rosario, Benjamine, Beta  y si alguien me falta, no dude que no se me olvida en la oración y en el corazón. Por supuesto,  todos los jóvenes, no dudéis que cada día tenéis un lugar delante de mi Señor.

GRACIAS. 


sor Inmaculada, dominica contemplativa del convento de Santa Ana (Murcia)

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