Me imagino mi interior como una alambrada de espinas. De metal. Ahí abajo, en algún rincón oscuro, debe andar mi corazón.
A veces, cuando meto la mano.
Duele.
Mucho.
Y sólo tengo ganas de llorar.
Si Dios quiere entrar (o salir) debe tenerlo muy difícil.
Ni siquiera me he dado cuenta de cómo ha ido creciendo la alambrada y ha oscurecido lo que yo era. Supongo que esas cosas suceden poco a poco, ¿no?
Quiero decir
que los muros no nacen
de un día para otro.
Supongo que no.
Me gustaría abrir la boca y que alguien, pacientemente, fuera tirando de uno de los extremos de la alambrada. Y que me vaciara entera. Bueno, sé que dolería al subir por la garganta. Pero no quiero esa alambrada de espinas ahí dentro, que lo hace todo tan oscuro y tan feo.
Tan feo.
Esta es la expresión que te hace compartir...
ResponderEliminarSigue haciendolo, por favor...
¿Qué pasa si la alambrada de uno está un poco electrificada?
P.D. Muy buena etiqueta....buscando el "buen espíritu"