Me es difícil expresar la impotencia.
Y la rabia.
Querría escribir muchas, muchísimas entradas sobre las situaciones que me crean agujeros negros en el pecho. Casi todas están relacionadas con lo mismo: los niños. Ya sé que todo está dicho, que las frases están ya hechas, que todos conocemos lo que ocurre, pero me pregunto hasta qué punto olemos el miedo (que hiela) de acercarse al precipicio. O si sabemos lo que pronunciamos cuando lo decimos. Bastarían un par de palabras para que el agujero negro creciera de verdad, si supiésemos realmente qué estamos diciendo. Por ejemplo, ese sintagma nominal que tan alegremente leemos en las noticias sobre conflictos en África "niños soldado", o aquella otra frase tan pintoresca, como el color azul raído en las paredes, "niñas vendidas para la prostitución".
Repítelo.
Repite otra vez "niños soldado".
Y piensa lo que puede ser.
Repítelo.
Repite otra vez "niñas vendidas para la prostitución".
Y piensa lo que puede ser.
Saber, por ejemplo, que hay niños que ya no son niños porque no tienen niguna esperanza y necesitan pastillas para la ansiedad, para la depresión, para soñar. O que su único buen momento del día es cuando pueden salir a la escuela, que está al otro lado del muro. Los niños de la calle, casi en cualquier lugar del mundo. Niños que esnifan pegamento ahí abajo, en Tánger, y se meten en los bajos de un camión del puerto, para ver si llegan al otro lado. O niños que se caen al mar y ya está, no hay más que decir. Ni siquiera hay que ir tan lejos. Cada vez que bajo a la playa, veo a padres que gritan a sus hijos, que los insultan o los tratan como si fueran imbéciles. O en las tutorías, cuando les dicen delante de "su señorita" que no "dan para más" o que son "lo peor y no saben cómo lo aguanto en clase".
Bueno, en esos momentos
me gustaría oler como huelen las mamás
y ser enorme
y con unos brazos larguísimos
para guardarlos a todos en el regazo
y que nadie los tocase
Porque les mordería a todos, a todos.
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