Estas últimas semanas me ha costado sentarme delante del ordenador y compartir con vosotros qué se me pasaba por la cabeza y por el corazón. Han sido días muy intensos, en una mezcla de actividad frenética con ratos en los que literalmente no había otra cosa que hacer que estar tumbada en la playa. Días en los que he hecho decisiones trascendentales. Días en los que abiertamente me he preguntado en qué se sustenta mi fe y dónde estaba Dios. Días en los que casi no había tiempo para pensar o lamentarse, sino para seguir hacia delante.
Y durante todas estas semanas, sin embargo, he sentido algo que jamás antes había experimentado: realmente, la oración de los demás me ha sostenido. Había agobios, prisas, nervios, malos sueños...pero a la vez, la sensación de estar segura. Mensajes, e-mails, promesas de agosto, conversaciones por teléfono o por cualquier medio imaginable a través de las cuales mucha gente me recordaba "Estoy pidiendo por ti" o aquel mágico "Estamos juntos en Dios" y que convertí en oración interminable hasta quedarme dormida.
Gracias a todos los que desde lejos me tuvisteis en vuestra oración. Creo que no os podéis imaginar lo que ha significado para mí y lo que ha abierto mis ojos a Dios...
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