Con alegría comparto con vosotras mi experiencia del Dios de la Vida y de la Misión.
Soy sor Dina Ramos de Siqueira, misionera comboniana originaria de Salesòpolis, estado de S. Pablo (Brasil). Tenía seis años cuando mi familia se trasladó a César de Sousa, siempre en el estado de S. Pablo, y tuve la gracia de crecer en el ambiente misionero de la parroquia de S. Pedro Apóstol, dirigida por las Hermanas del Espíritu Santo.
Dios llama donde quiere y como quiere
En el 1990 los padres combonianos fueron invitados a mi parroquia, para animar la novena de la fiesta del S. Patrón y para “ayudar a las misiones”. Ellos divulgaron la revista misionera Sin Fronteras. Leyendo el testimonio de la entrega de los misioneros y misioneras, sentí que Dios me llamaba también a mí a ser misionera sin fronteras.
Mi primera destinación fuera de Brasil fue México. Llegué a la tierra de la Madre del Cielo Morena para continuar los estudios y prepararme en Comunicaciones Sociales. En el 2006 me destinaron a la República Democrática del Congo. Conocí entonces un pueblo sufrido y marcado por muchos años de dictadura y de innumerables guerras y saqueos. No obstante, era un pueblo alegre y acogedor, capaz de hacerme sentir en casa, a mi aire. Mungbere, un pequeño y aislado poblado del norte del País, se convirtió en mi campo de acción. Entre las varias tribus del territorio están también los Pigmeos, que todavía hoy viven en el interior de la Madre selva que les ofrece los medios de subsistencia.
Pasar de la comunicación estudiada en los libros a la vivida en la selva, es el reto que hay que enfrentar con ese pueblo nómada. El sonido del tambor anuncia sus alegrías y sus penas. Un tronco de árbol con hojas secas es signo de mabina, o sea, noche de danza. Los tatuajes pintados por las mujeres y los niños, utilizando los frutos de la selva, comunican alegría y belleza. La sencillez, la acogida, la música y la danza, junto con la solidaridad y la paz, transmitidas por este pueblo, todavía hoy marginado, conquistaron mi corazón.
Desarrollo mi actividad pastoral con las mujeres pigmeas. Las tribus son matriarcales. Son ellas, las mujeres, quienes construyen las casas combele. La mujer es la cabeza del poblado y la responsable de su desarrollo. La parroquia ha puesto a disposición un internado que acoge niños y niñas pigmeos, dándoles la posibilidad de estudiar y de integrarse con la gente del poblado. Con el mismo fin se ha abierto también la escuela de corte y confección. Y para la preparación de mujeres obstétricas, el Hospital ha abierto sus puertas.
El acceso a los poblados es una auténtica carrera de obstáculos por las condiciones en que están las carreteras. Pero cuando se llega siempre es una fiesta. Niños y adultos vienen corriendo a darnos la bienvenida. Incluso el momento de la marcha es celebrado con cantos de adiós. Es un pueblo que posee la virtud de la acogida. De ellos he aprendido mucho. Doy gracias a Dios por la experiencia de Su Presencia, que he podido hacer en ese pueblo.
Ahora me estoy preparando para enfrentar otro reto: animación misionera y difusión de la revista Afriquespoir. Espero que otras jóvenes, leyendo la revista, se hagan misioneras sin fronteras. Llevo conmigo los 15.000 km recorridos en moto durante estos cuatro años, y sobre todo la certeza de que la Misión es vida, y la vida compartida en la misión comunica el Dios de la Vida.
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