martes, 22 de marzo de 2011

Fui peregrino y me acogiste



“Porque tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; fui peregrino y me hospedaste” Mt 25, 35
 Sor Valeria Ruiz

“En mi pueblo era alguien, en cambio aquí soy nada”, “La vida para mi es lo peor”, “Aquí hay trabajo solamente para los ricos, los pobres no encuentran más que las migajas”, “He salido de mi país con la esperanza de un futuro mejor”.

Estas son las expresiones de algunos rostros del  Cristo sufriente de nuestro hoy, personas que hasta ahora no han tenido la oportunidad de una vida digna y justa. Mi actual experiencia de apostolado aquí en Londres, como religiosa y estudiante, está marcada por la mirada de Dios a través de muchos hombres y mujeres  inmigrantes que esta tierra acoge. Es increible ver la diversidad cultural, nacionalidades, rostros, lenguas, etc., en un mismo lugar. Para mi se ha vuelto normal encontrar por la calle hindúes, árabes, tailandeses, africanos, latinos, chinos, rumanos, polacos y de otras partes del mundo, todos salidos de sus países en busca de mejores condiciones de vida. 
 
Hace poco tiempo que he comenzado mi apostolado junto con los padres maristas y un grupo de jóvenes que, llenos de entusiasmo y con gusto colaboran con mucha generosidad y espontaneidad. 
Dos cosas importantes forman parte de este apostolado:

1. Preparar la comida para los que llegan, la mayoría inmigrantes en condiciones de extrema pobreza. Tratamos de ofrecerles lo mejor, la alegría de compartir el pan que tantas veces les es difícil encontrar.

2. Escucha y acompañamiento. Muchos de ellos vienen y comparten con nosotros la angustia que traen en su corazón, tienen una gran necesidad de ser escuchados, acompañados, recibir un saludo, una sonrisa, una palabra de ánimo; pero teniendo en cuenta mi limitación para expresarme en sus leguas  o bien en inglés en modo fluido y claro, dado que lo estoy aprendiendo, son ellos los que me están enseñando y ayudando a comprender mejor el lenguaje del amor, de la acogida, de la caridad, de la alegría que viene de Dios y evidentemente con ellos me estoy ejercitando en el hablar y comprender cada día mejor el idioma y tener la alegría de decirles que son los predilectos de Dios. 

No puedo hacer más que dar gracias a Dios por el don de la vocación misionera y comboniana que he recibido, ya que ahora son estas personas las que me están ayudando  a vivir mi consagración al estilo de San Daniel Comboni

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