Al llegar a Kalabo, a finales del 2008, me propusieron trabajar en el campo de la mujer y empezar estudiando la situación social de ésta en la zona. Apenas llegada a Zambia y sin saber mucho sobre su realidad, accedí con el entusiasmo que da embarcarse en algo nuevo y desconocido.
Kalabo es un pequeño pueblo perteneciente a un distrito del mismo nombre que abarca un área de 17.447 km² en la zona oeste de Zambia, un área inmensa donde por supuesto no hay carreteras y los caminos son impracticables la mitad del año debido a las inundaciones del río Zambezi, que se producen cada año desde Diciembre hasta Junio. El único acceso a la pequeña ciudad de Mongu se hace con botes y los viajes de solo 60 Km de distancia, conllevan unas 6 horas mínimo. Esa zona es conocida por el nombre de Barotziland, la tierra de la tribu Lozi, una población de 140.604 habitantes aproximadamente.
Las condiciones de vida no son fáciles y la gente se dedica mayormente a la agricultura, pesca, pequeños comercios, recogida de leña y producción de carbón, recolección de paja para la construcción de casas, todo esto parte de una economía de base familiar. En la zona hay un pequeño hospital del gobierno y escuelas diseminadas en el distrito que dan también trabajo a funcionarios, pero el número de empleados con un sueldo fijo es reducido. A las dificultades económicas de la gente se une el grande problema del Sida, del que la mayor parte de la población está infectada.
Como suele ser común en muchos lugares de África, el peso del trabajo recae sobre las mujeres que se dedican a la agricultura y al cuidado de la familia extendida. A mi llegada, lo primero que hice fue intentar conocer mejor la situación de las mujeres en la zona y para ello empecé una “exploración” de la realidad de la mujer ayudada enormemente por las hermanas de la comunidad, mujeres locales y el párroco de la misión. Durante casi un año se hizo un cuestionario, reuniones con mujeres, visitas a las casas y finalmente partiendo desde las necesidades y deseos de la mujeres se empezó el proyecto que llamaríamos Bupilo, que en la lengua silozi significa Vida.
Este proyecto incluyó inicialmente a 40 mujeres que venían regularmente al centro para hacer cursos de alfabetización, inglés, Biblia, corte y costura, agricultura y encuentros de diversos temas dirigidos al desarrollo humano integral de la persona. Todas empezamos con gran entusiasmo y al poco, con la llegada de otra hermana a la misión, el proyecto se amplió a las chicas de edades comprendidas entre los 16-20 años, chicas que nunca fueron escolarizadas o dejaron la escuela tempranamente debido mayormente a embarazos. Para estas chicas se creó un programa de escuela informal que esperamos que las ayude en su madurez,y a algunas incluso a seguir su educación en la escuela gubernativa.
Al cabo de tres años de mi estancia en Kalabo he visto el programa desarrollarse por sí solo debido sobre todo, a la pasión de las mujeres y chicas por aprender y desarrollarse, como una semilla que se planta y sin saber cómo un día te encuentras que ha germinado y otro que se convierte en una planta, y otro que ya da frutos, y eso expresa mejor que nada que el proyecto de Bupilo sea efectivamente Vida que sigue su curso y alimenta las esperanzas de muchas mujeres aquí en Kalabo. Actualmente las mujeres son 70 y las chicas 30 y se espera que el curso que viene los números aumenten al mismo tiempo que los deseos de enriquecerse mutuamente, como pasa cuando entras en contacto con estas mujeres en las que, a pesar de tantas dificultades que llevan, la vida salta en exhuberancia.
M. del Rosario Fernández Ramiro
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