martes, 1 de febrero de 2011

Un profeta latinoamericano




Extracto de una entrevista concedida por monseñor Samuel Ruiz García (SR) a Mauro Castagnaro (P), publicada en el número de junio-julio del 2000 de la revista ‘Popoli’, publicación mensual de los Jesuitas. Monseñor Ruiz –obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, México– falleció antes de ayer a los 86 años de edad.

  • P. Monseñor Ruiz, uno de los puntos centrales de su acción pastoral ha sido su relación con los indígenas. ¿Cuáles son los motivos profundos de las dificultades que la Iglesia encuentra aún hoy en este campo?
SR. En América Latina enfrentamos cuestiones que ya se vivieron en los primeros tiempos de la Iglesia. De hecho, el primer problema que la Iglesia encuentra es el de los convertidos del paganismo. Muchos de los que provenían del judaísmo sostenían que los paganos primero debían adherir a la ley de Moisés y luego, a través de ella, volverse cristianos, porque la promesa había sido hecha al pueblo judío. Pedro y Pablo tomaron posiciones diferentes sobre este tema. Pablo subrayó la superación de la ley mosaica, en una discusión profunda y no sin tensiones. El primer concilio de Jerusalén dio indicaciones para resolver el problema. San Pablo decía: “Dios ha permitido que cuantos no recibieron la revelación de Cristo hayan conocido una presencia salvífica de Dios, para que Él pudiera convocarlos a formar el nuevo pueblo de Dios como pueblo formado por todos los pueblos de la tierra”. Por lo tanto, el nuevo pueblo de Dios no corresponde a un grupo étnico, lingüístico o cultural. Sin embargo, la Iglesia no asumió con plena conciencia esta experiencia.

La inserción del Evangelio en el imperio romano hizo surgir una cultura grandiosa, la occidental o ‘occidental cristiana’. Cuando los misioneros partieron hacia China o América Latina, fueron ir a “occidentalizar”, más que a evangelizar. En nuestro continente no hubo un encuentro entre el cristianismo y las religiones precolombinas, porque se pensaba que estas eran obra del demonio y la acción misionera una tarea llevada a cabo entre las sombras de la muerte y las tinieblas del pecado. Los misioneros, convencidos de que “fuera de la Iglesia no hay salvación” (una interpretación equivoca de San Ireneo), forzaron la conversión de los indígenas y destruyeron todo lo que estaba relacionado con los cultos tradicionales. Se comparaba a la Iglesia con el arca de Noé, recordando que sólo las parejas de animales que subieron a ella se salvaron del diluvio, pero olvidando que los peces no murieron, a pesar de no haber encontrado refugio allí.

En América Latina no hubo ningún diálogo. La mayor parte de los indígenas abrazó el cristianismo bajo la amenaza de los soldados invasores. En el mismo momento en que conocieron el contenido del Evangelio, fueron obligados a aceptar la cultura “occidental cristiana” como el único medio para expresar su fe.
  • P. Luego llegó el Concilio Vaticano II...

SR. Allí aparecieron los primeros signos de un cambio. Fueron sobre todo los obispos africanos los que solicitaron orientaciones para resolver las dificultades de la acción misionera relacionadas con las ciencias antropológicas y sociales. Luego, en un encuentro promovido por el Departamento de Misiones del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en preparación a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que se llevó a cabo en Medellín en 1968, una presentación del sociólogo Volmatoff, explicaba cómo la evangelización llevada a cabo usando los parámetros culturales occidentales, contribuyó a la destrucción de las culturas nativas. 

Por ejemplo, cuando algunos misioneros llegados a una zona salvaje de la Amazonía Venezolana, hallaron una comunidad indígena que vivían desnudos, quedaron escandalizados y lo interpretaron como un indicio de baja moral. Obligaron por lo tanto a los indígenas a llevar vestidos que hicieron llegar a ese efecto, pero que se convirtieron en un mortífero canal de transmisión de virus, reduciendo la comunidad a la mitad y constituyendo un obstáculo a la comunicación que antes se producía por medio de pinturas en la piel.
  • P. Desde allí comenzó el camino pastoral de su diócesis.

SR. En nuestro continente jamás existió lo que el Concilio llama “Iglesia autóctona”, es decir, la encarnación del Evangelio en la cultura de un pueblo a partir del reconocimiento de lo que hay de revelación de Dios en ella. En este momento, en que los indígenas surgen como sujeto de su propia historia, adquiere gran importancia el hecho de que puedan hallar un cristianismo encarnado en sus culturas o recuperar una religión que no les impone una esquizofrenia. Esto hace urgente el surgimiento de iglesias autóctonas en el continente.

Ese es el camino que tomó nuestra diócesis. Ahora tenemos 18.000 catequistas indígenas. 502 diáconos indígenas, todos ellos casados excepto dos. La Santa Sede está un poco preocupada por este elevado número, pero es fruto de 40 años de trabajo, y si en Chicago hay 200, en nuestra diócesis hacen falta muchos más porque es muy extensa y para permitir realmente el surgimiento de una Iglesia autóctona. Nosotros esperamos tener pronto sacerdotes, y más adelante obispos indígenas.

Lo hemos leido en MISNA , la agencia internacional de noticias misioneras.

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