lunes, 14 de junio de 2010

Y Dios se hizo de colores


Una de las cosas que más me llamó la atención de cuando estuve en África fue la iconografía religiosa. Tengo que reconocer que, al principio, eso de ver un Cristo negro (y no sólamente por el color de la madera) me tenía desorientada. Al fin y al cabo, son muchos años tragando inconscientemente la imagen de un Jesús de pelo largo, rubiacho, monísimo (y hasta de ojos azules, si se tercia) Podría decirse que durante un tiempo, me tomé la imagen del Cristo negro (y de la Vírgen) como una bonita forma de inculturación.

Tengo la manía de devorar casi cualquier texto escrito que ande suelto por casa y, en la comunidad de Mongu y de Kalabo había (afortunadamente) una buena selección de revistas y libros de temas muy variopintos. Ciertamente, no recuerdo dónde lo leí. Lo que sí recuerdo es que me hizo plantearme de nuevo la imagen del Cristo negro. Y la palabra clave era "Tiempo" (y yo añadiría la de "extrañamiento", un término muy útil en el campo de la Teoría Literaria)

Aquel Cristo negro me pedía dedicarle mucho más tiempo. Es lo mismo que cuando te encuentras una metáfora complicada en un poema: al no estar acostumbrada a ver unidos dos términos diferentes, tienes que pararte a rumiar por qué el poeta los ha asociado.Y esa pequeña descarga eléctrica al leerla, ese extrañamiento es (para algunas escuelas literarias) la clave de la literatura. Para mí, aquel Cristo era puro extrañamiento, algo que me hacía fruncir las cejas y para el que necesitaba una nueva forma de mirar. Si quería seguir con la imagen de JesusCristo SuperStar, nunca entendería la metáfora.

Dios ha venido a extrañarnos, a sacudirnos de encima todos nuestros prejuicios y nuestra rancia rutina, nuestros ojos viejos y cansados. Sí, es verdad que Dios en Occidente tiene barba blanca y es viejito y que Jesús tiene más de hippy sueco que de palestino...¿pero por qué quedarnos ahí?¿por qué acomodarnos en lo seguro? Aquel Cristo negro de la capilla no era sólamente una "bonita forma de inculturación", era una invitación a mirar a Dios desde otro ángulo y a buscarlo entre el pueblo en el que estaba en ese momento. El extrañamiento es sólo el pistoletazo de salida para darte cuenta de que no todo es tan simple, para darte cuenta de que no todo el mundo se filtra a través de tus ojos.

No puedo deshacerme de mi herencia occidental (y además, tampoco creo que deba hacerlo: yo soy parte de ella, como ella es parte de mí) y reconozco que me sigue costando pensar en una Vírgen negra, por ejemplo, para orar. Pero celebro que ahora formen parte de mis ojos y de mi corazón, para sacudirme de nuevo la arena de los pies y echar a volar.


Vírgen María japonesa

Vírgen María china

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