-Eres ya un poco grandecita para andar en los columpios-
Pero la verdad, es que yo sigo dándole. A veces me parece que voy a saltar y a echar a volar. Así, sin más. Porque sí.
Cuando estoy en el columpio, me entran muchas ganas de reír. Es una risa de esas de cosquillas. Tonta, pero efectiva.
Volar.
En esos momentos realmente creo que puedo volar. Los cordones se desatarán y mis pies no volverán a tocar la arena. No la querré para nada.
Volar.
Soltar las manos. Abrir tanto los dedos. Y si quiero, llorar.
Sentirme bendecida. El corazón late tan deprisa que parece que se ha parado. Y llorar.
El suave aire que amasan sus labios y que me impulsa, que sopla, que me sopla por la espalda, que me eleva, que me limpia la arena de los pies, que me seca las lágrimas, que sopla y sopla y sopla.
Y que me lleva a casa.
Esté donde quiera que esté.
(De una adaptación del Salmo 139)
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