En el último encuentro de jóvenes en misión, tuvimos la oportunidad de ir a dar un paseo a un pueblo de Granada llamado Alfacar. Queríamos conocer el manantial de “las lágrimas” del que tanto nos había hablado el Padre Pedro un ratito antes.
Al llegar al lugar comencé otro trayecto, distinto al que habíamos hecho en coche. Mientras yo iba quedando en silencio, todo lo que me rodeaba, me iba hablando. Allí estaba, frente a aquel manantial en el que, a través de esa agua cristalina, pude ir vislumbrando un poco de mi historia.
Dentro y fuera del agua, había distintas plantas, con una gama inmensa de tonos verdosos, marrones y negros. En varios puntos del manantial, iban saliendo burbujitas a la superficie. Esto me hacía reflexionar en como también en mi vida están esas tonalidades, esas luces y sombras que forman parte de lo que soy hoy. ¡Cuánto!, ¡cuánto guardamos en nuestro interior! Pensaba en esas burbujitas y lo veía desde dos puntos: primero, como hay historias, vivencias que, parece que están olvidadas, sanadas y que, cuando uno menos lo espera, salen a la luz como verdades irrefutables que no se pueden borrar. También estaba ese otro enfoque, en el que pensaba como, a pesar de esas luces y sombras, sigue naciendo dentro de mí esas burbujas, ese oxigeno que me permite respirar, seguir adelante.
Al lado del manantial, había un gran árbol. Estaba viejito, pero se veía fuerte, hermoso y sobre todo, bien arraigado a la tierra. Pensaba que, con los años que tenía, habría vivido tantas cosas…tormentas, nevadas, días de mucho sol, el frio invierno, y sin embargo, él permanecía fuerte, firme, porque sus raíces estaban bien sujetas a quien le dada la fuerza. ¡Qué hermoso fue el abrazarlo, el sentir su energía, su vida!
Después el padre Juan Antonio, nos explicaba como antiguamente, en muchos lugares, la gente utilizaba una rama para encontrar el agua, por medio de la energía de la naturaleza. Recuerdo que pensaba que, tal vez, durante muchos años, en los que yo moría de sed, mi problema era que había utilizado la rama equivocada para encontrar ese agua viva, esa agua que solo Dios nos puede dar.
En ese mismo instante escuché un silbido. Era un pastor con sus ovejas. Era un día de mucho frio, lluvia y sin embargo, ahí estaba, con sus ovejas. Hubo un momento en el que, una de ellas se alejó del rebaño. El pastor la observaba en silencio, pero no dejaba de estar al cuidado. Cuando vio que la oveja se iba a alejar más aún, dio un silbido, y la oveja, de momento, volvió con el resto del rebaño. ¡Sentí tanta emoción! Pensaba en, cuantas veces yo me he alejado y aunque creía ir por mi cuenta, creía que estaba sola, ÉL…ÉL SIEMPRE HABÍA ESTADO AHÍ, OBSERVÁNDOME, CUIDÁNDOME Y SILBANDO UNA Y OTRA VEZ, PERO ERA YO LA QUE NO QUERÍA O NO PODÍA ESCUCHAR.
Después el hermano Pablo, nos llevó a la acequia de Aynadamar. También fue todo un proceso para mí. Esta acequia se encontraba entre un barranco. De pronto vimos pasar al hermano Pablo en plan malabarista. Yo, sin pensar, le dije a la hermana Omaira que pasáramos nosotras también y comenzamos la travesía hasta llegar a la meta que era, el otro lado de la acequia. Cuando me di cuenta, de la locura que estaba haciendo, ya estaba a mitad de camino. Entonces, sentí mucho miedo. Empecé a ver todas las opciones que podían pasar. “Meli, tírate a la derecha y caes dentro de la acequia. Si te mojas no importa, pero sabes que en el lado izquierdo está el barranco. No mires, no mires. Meli, vuelve atrás, da la vuelta, te vas a caer. ¡Ayyy, Dios, tengo miedo, no puedo seguir, tengo miedo, me voy a caer, no puedo caminar, no puedo! No, Meli, no tengas miedo, sigue adelante, no pienses en lo que hay alrededor, solo sigue adelante…MIRA TU META”
Fue en ese momento, cuando me olvidé de todo lo demás, cuando pude llegar a la meta. Esto me hizo reflexionar mucho en cómo, todo lo exterior me afecta, como dejo que me afecte y que me haga perder mi centro, perder mi meta. Sabía que no podía volver atrás, ya no se puede volver atrás pero tenía miedo. Pensaba en mil historias, en que iba a caer, en que no podía caminar, en que debía volver atrás…solo cuando pude dejar todo eso de lado, FUE CUANDO COMENCÉ A CAMINAR.
CON LOS PIES EN LA TIERRA Y EL CORAZÓN EN LA META.
Un abrazo,
Melin
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