Cuántas veces nos encargaron algo valioso y se nos cayó al suelo. Y qué angustia en el corazón sólo de pensar que teníamos que dar cuenta del desastre.
Pero entonces llegó nuestro Padre y nos cogió de las mejillas y nos preguntó con una sonrisa: "¿No estarás llorando por eso, verdad?"
Y acabamos de llorar nuestra angustia en su regazo. A salvo.
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