jueves, 4 de julio de 2013

Abrazadas a la Cruz de Centroáfrica




Nuestra Semana Santa este año ha sido verdaderamente especial. La pasión de Jesús continúa hoy, en este pueblo, en este país, Centroáfrica. ¿Hasta cuándo, Señor?

El miércoles santo también nosotros como muchos otros, hemos hecho la experiencia de la fuga. Ha sido una huida a toda prisa, comunitaria. Cada una de nosotras, en este periodo somos siete, porque las hermanas de Zomea se han unido a nosotras por seguridad, hemos comenzado quien a llevar las máquinas a un escondite, quien a hacer agujeros en el huerto para meter algunas cosas, quien a poner el ordenador bajo la leña, quien dejó un poco de dinero sobre la mesa y quien pasando por allí lo recogió pensando que fuese un olvido, quien escondió la Eucaristía... y luego... de carrera la huida, el corazón latía fuerte … íbamos con un grupo de personas, en camino hacia un lugar seguro, en la selva.

Nos detuvimos en un lugar, pero dijeron que había que cambiar porque estábamos demasiado cerca y nos podrían disparar, los proyectiles podrían habernos alcanzado. Entonces tomamos un pequeño sendero entre raíces, ramas y piedras... que llegaba a un pequeño hangar, una simple protección del sol, que pegaba fuerte. 
Cada uno hacía sus comentarios, los niños más pequeños lloraban, y luego rezamos el Rosario: así el corazón se quedó en paz, al menos así nos pareció aparentemente. 

Estaba ya caso oscuro cuando nos aseguraron que los rebeldes no estaban y entonces de nuevo nos pusimos en camino con la gente y entre malezas y zarzas remontamos la colina…nos parecía caminar detrás de Jesús y lo hacíamos aunque si el miedo era bien visible. En este día, tal vez por primera vez, sentimos fuertemente la cercanía de la gente, su solidaridad, su amor, lo que realmente nos quieren. Ha sido la primera gran manifestación de amor hacia nosotras y no podremos nunca olvidarlo. 

 También el viernes santo ha sido diferente. No obstante las muchas versiones sobre lo sucedido en los días precedentes, nos hemos reunido con los cristianos para seguir a Jesús en la vía de la cruz, para venerar esta Cruz Santa. Terminado todo, hemos regresado a casa, eran las 21:15, y a este punto escachamos varios disparos.  Pensábamos que hubiesen ya entrado en la concesión. Enseguida nos refugiamos en el pasillo, porque nos parecía más protegido, y desde este momento un silencio de tumba envolvió a Bagandou. ¡Una noche de mil demonios ha sido este viernes! Aquello era el toque de queda, pero eso lo hemos sabido después.

 Mientras estábamos reunidos para la  vigilia pascual alrededor del fuego, se veían mujeres y niños pasar con sus envoltorios para irse a esconder en la selva. Un éxodo que continúa en la historia de los pueblos y de los países.  En esa noche santa, con un cielo lleno de estrellas y la luna que aclaraba todo, el corazón de muchos continuaba a estar inquieto, y lo está todavía, porque las cosas no mejoran. 

El Cristo vencedor de la muerte está presente como Aquel que está vivo entre nosotros y la Palabra de Dios quiere recordarnos también y sobre todo en esta situación, que cada una de nosotras está llamada a  dar testimonio al Dios de la vida, de la paz y de la ternura. 

Pascua de Resurrección. Pascua de liberación. Pero, ¿dónde está esta liberación? La gente no puede y no quiere continuar a escapar. La gente quiere volver a vivir su vida ordinaria hecha de pequeñas cosas. La gente quiere volver a ponerse en pie y nosotras queremos ayudarla a hacerlo.  Paso de la esclavitud a la libertad, del mal al bien y que todo  centroafricano pueda dejar el desierto en el que vive hoy,  para entrar allí donde fluye leche y miel.

El Resucitado nos pide que seamos instrumento de amor, de misericordia, nos pide que seamos canales a través de los cuales él pueda regar esta tierra árida y martirizada haciendo florecer frutos de paz, alegría y perdón. Él nos pide hacer causa común entrando en las heridas de este pueblo para tratar de curarlas.  Y como Comboni hizo causa común con los más pobres y abandonados, así nosotras, hoy, estamos llamadas, a ejemplo suyo, a tener los mismos sentimientos de una madre, sentimientos que llevan a la atención, a un corazón abierto, a la disponibilidad, a la preocupación por el otro.  



Él nos quiere este momento “madres” capaces de aliviar los sufrimientos y de infundir esperanza en los corazones destrozados, temerosos y cerrados, capaces de ser luz en medio a tanta oscuridad, capaz de dar vida y vida en abundancia.  Madres y mujeres de reconciliación, capaces de entrar con valentía en todas las contradicciones que invaden el corazón de este pueblo centroafricano. Madres y mujeres que no se encierran en el “cenáculo” por miedo a los rebeldes sino que tienen el valor de continuar a dar el anuncio de la Resurrección:”¡No está aquí, ha Resucitado!”

También nosotras como Comboni queremos contemplar la cruz con ojos y corazón de apóstoles. Este estar ante la Cruz, es para nosotras fecundo y estamos seguras de que “las obras de Dios nacen y crecen a los pies de la Cruz”. Por esto, como lo ha sido en Comboni, también en cada una de nosotras el amor a  Cristo, a la cruz y a este pueblo del rostro traspasado, se funden en unidad de vida. Es precisamente ahí, a los pies de la cruz contemplada y aceptada que nace en nosotras la urgencia de hacer gestos que dicen todo nuestro ser “madres”.

La fuerza de nuestro carisma nos estimula a permanecer en las situaciones de riesgo, a hacer causa común con el pueblo asumiendo su realidad en una solidaridad concreta, tratando de dar una respuesta generosa y al mismo tiempo audaz. Esto quiere ser una expresión de la  entrega de sí, de ese consagrarse y ponerse en camino sin jamás volverse atrás.

También nosotras, a ejemplo de nuestras primeras hermanas y de tantas otras que las siguieron, queremos con nuestra fidelidad responder al desafío de “hoy”, de permanecer en los distintos contextos en los que venimos a encontrarnos, a veces dramáticos,  tratando hacer de todo ello, un terreno fértil donde cada una de nosotras viva su santidad cotidiana. 

Comboni nos empuja a arriesgar y a tener una visión nueva. Esta visión debe empujar a cada una de nosotras a la esperanza ayudándonos así a levantar la mirada y haciéndonos entrever un futuro mejor para cada hombre y mujer de Centroáfrica.


Sor Rosaria Donadoni, misionera comboniana

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