Por Bea Galán
Siete jóvenes y tres combonianas compartiendo con el resto de la cristiandad que Dios pasó por su pueblo y decidió quedarse dando su vida por nuestra salvación. Suena muy fuerte y muy piadoso, pero, así lo hemos experimentado en esta Pascua.
Un Dios que llena nuestros silencios, aunque estos nos parezcan infinitos. Que nos regala preciosos momentos de VIDA COMPARTIDA. Que desborda la más sincera de las sonrisas. Que nos invita a sentir el dulce abrazo del que se sabe perdonado. Que nos convence de que traerá la justicia y la verdad. Que nos invita a gastarnos, por Él, sirviendo a los demás. Que nos quiere libres, tan libres que podemos optar o no por Él. Que no nos abandona aunque nos empeñemos en alejarnos. Que se hace presente en cada uno de los que pone en nuestro camino. Que sufrió y murió en la cruz, tratado como un delincuente. Y venció a la muerte, resucitando para salir a nuestro encuentro y salvarnos.
Un Dios que nos hace sentir “mimados” porque… nos amó hasta el extremo (Jn 13,1). Y que… nos llama por nuestro nombre, no dejándonos más opción que la de dejarlo todo e ir en pos de Él.
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