martes, 27 de mayo de 2014

Gusukuru, Mozambique!





En estos días he estado releyendo mi diario de misión. No me puedo creer que ya haya pasado un mes y medio desde mi regreso de Mozambique. Me hubiese gustado compartir antes con vosotros lo que ha significado para mí esta experiencia pero necesitaba este tiempo de silencio, de oración, de reflexión y de ir asimilando todo lo vivido. 

Recuerdo el día que estaba llegando a Mozambique. Cuando el avión estaba aterrizando, sentía que el corazón me latía a mil por hora y no podía parar de llorar. Pensaba en Comboni, en mi familia. ¡Oh, Dios! pensaba en tantas cosas. Estaba nerviosa y hasta un poco asustada pero feliz, inmensamente feliz.  Llevaba conmigo una certeza y esa certeza era la de que Dios estaría conmigo en cada momento. 

No quiero. No quiero contaros sobre la situación política, ni sobre la pobreza ni sobre tantas cosas que vosotros ya sabéis.… Quisiera poder transmitir lo que viví, lo que experimenté, este amor que siento y cómo Dios me fue llevando durante todo ese tiempo, incluso cuando ni yo misma podía verlo.

La misión en la que me encontraba era en Muahivire (Nampula). En la comunidad estábamos tres hermanas (Irma Francinetti, Julia y Betty), dos aspirantes (Sitaflina y Artemizia) y yo. Allí las hermanas tienen un LAR. Había 42 meninas, cada una de ellas con una historia a sus espaldas. Cada día, en la medida de lo posible, intentaba estar con ellas. No tenía un trabajo definido así que intentaba ayudar en lo que se necesitaba: horario de estudio, machamba (huerto), bañar a las pequeñas, cargar leña, pero sobre todo, ESE ESTAR CON ELLAS. SIMPLEMENTE ESTAR. 


No fue todo fácil. Me estrellé muchas, muchas veces. Hubo momentos en los que no le encontraba sentido a nada. Aparecieron los miedos y las dudas. Irma Linda me dijo algo “cuando uno no puede más, cuando se te acaban las fuerzas, cuando ya no le encuentras sentido a nada es cuando aparece una fuerza, que no viene de ti. Una fuerza mucho más grande que es la que te empuja a seguir adelante”.  Fue entonces cuando tuve que recordar porqué y por quien estaba yo ahí. Comencé a ver pero desde otra perspectiva. Comencé a ver, comencé a sentir y a vibrar. Era necesario que viviera ese derrumbarse mi yo para solo depender de ÉL. Ya no era Meli la fuerte, la que todo lo podía. Era una Meli frágil y desde esa fragilidad es cuando pude encontrarme con ese Dios que me salía al encuentro una y otra vez.  Desde mi historia, desde mis heridas, pude comprender las heridas y la historia de esas meninas que Dios había puesto en mi camino.

Algunos fines de semana íbamos a las comunidades. Las hermanas se encargaban de la formación de catequistas y de la animación misionera. En muchas de las comunidades no había posibilidad de tener misa así que teníamos la celebración de la palabra. También íbamos a visitar a las familias de las meninas. 

Tuve la oportunidad de conocer otras comunidades de las hermanas en Nampula.  Chipene, era una misión muy distinta a la del barrio de Muahivire. Irma Ángeles e irma Paola vivían en medio de las montañas.  Tenían LAR para meninas, visitaban a las comunidades y también se encargaban de visitar a los enfermos.  Cada día agarrábamos una botella de agua, el sombrero y nos poníamos en camino. Pasábamos horas y horas caminando por el mato a pleno sol hasta llegar a casa de los enfermos. Cada casa que visitábamos siempre te ofrecían algo a pesar de lo poco que tenían. Hay tantos rostros en mi mente, como es el caso de Paulino. Él era un anciano tetrapléjico y ciego. Fue catequista. Ahora vivía en unas condiciones muy duras.  Estaba postrado en una cama. Hablando con él nos dijo algo que me dejó sin palabras “Que bueno es Dios conmigo, que me ha dejado descansando aquí para hacer este nuevo trabajo que es el de rezar por vosotros”. 


Son tantas las lecciones que he aprendido. Es tanto lo que Dios me ha regalado. Cierro los ojos y aún puedo escuchar las risas de mis pequeñas. Sentir sus abrazos, sus gritos cuando jugábamos. Esos rostros, esas miradas que me traspasan y que me sonríen. Veo las hermanas que trabajan sin descanso. Nos veo a Artemizia, Sita, Marta (laica italiana) y yo entre bromas y risas, entre lágrimas y cantos, entre abrazos e ilusiones. Veo a un pueblo alegre, vivo. Veo colores, paisaje, acogida. Veo ese potencial que veía Comboni en el pueblo africano. Huelo a tierra, a machamba. Y mi corazón, ¡oh, Dios! este pequeño corazón que no sueña sino con volver a esa tierra. 

Si tuviera que repetir la experiencia. No cambiaría nada. La viviría con todo lo bueno pero también con todas sus dificultades. Gracias a las hermanas que me acogieron y que me apoyaron. Gracias a tod@s aquellos que sé que me tuvieron presente en sus oraciones y gracias a ti mi amado Dios, por llevarme hasta allí y por estar conmigo en cada paso de mi vida. SIEMPRE JUNTOS EN LA BARCA. 


 
GusuKuru
Gracias

Melin




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