La casualidad, y las circunstancias hacen del encuentro de noviembre una cita un poco particular. Como los caminos del Señor, afortunadamente, son inexplicables, no vamos a perder el tiempo “explicando” qué nos ha llevado a Lucho, Antonio, Ana, Lorena, Bea, Carmen, Silvia y otra Carmen a encontrarnos en un pueblo de Murcia (Mula) para hablar de Dios y compartir unas horas de nuestras agitadas existencias.
Una comida comunitaria bajo un estupendo sol otoñal, hizo que esas “extrañas circunstancias” que nos habían llevado a este encuentro, se normalizaran, y se llenaran de sentido, porque no hay nada más grande que sentirte invitado por Dios a pasar tiempo con Él y con hermanos.
La cuestión es que estábamos perdidos en medio de naranjos y todos encontramos nuestro pequeño momento de descanso en el fin de semana, que iniciamos “mirándonos”. Cuando no conoces algo lo miras con curiosidad, con ganas, a veces con prejuicios………y nosotros, pues no nos conocíamos. Bea nos invitó a mirar, en una preciosa oración llena de sensaciones provocadas por muchas, muchísimas miradas que nos atraparon. Había ojos alegres, esperanzados, tristes, desesperados, inquietantes, fue una magnífica y profunda manera de empezar. Hizo que buscásemos en los ojos de nuestra rutina, que pensásemos en las personas que nos rodean, y en su forma de mirarnos para poder conocerlos más. Así desmenuzamos la primera parte de la tarde del sábado, en el silencio de lo que dicen nuestras miradas y las de los demás. También en los momentos en que Jesús “miró” y lo que eso significó para los que fueron reconocidos.
Con ese clima de silencio, Silvia nos colocó delante la parábola del sembrador, muchas veces escuchada, pero de nuevo descubierta. La contó, la dividió en pedazos delante de nosotros, la analizó y nos regaló la pregunta que se puede multiplicar hasta el infinito. Porque el Evangelio tiene esa capacidad de descubrir, de interrogarnos, de revelarnos, de alimentarnos ….siempre sin limite, sin final. “Somos tierra buena”, “escuchad”, “donde ha caído en ti la semilla”, “qué frutos das tú”, “qué nos pide a cada uno”, “qué estamos dando”…….muchas frases que abrieron un diálogo con Dios, en el que cada uno, buscando un rincón, tuvo ese momento de intimidad que se pretende en estos encuentros.
A las ocho llegaba Carmen, laica comboniana, desde Granada. Visita que agradecimos, por lo que supone conocer (más de cerca) otro carisma de la familia. Su llegada abrió el tiempo de compartir, y cada uno, con sus palabras, y su momento vital, contó a los demás, lo que había sentido en ese tiempo de soledad. Fue como siempre un momento rico, en el que personas con trayectorias diferentes, contamos un poco lo que somos, lo que Dios ilumina en nosotros, y es algo realmente grande. Es en las palabras de los demás donde también te descubres tú. Sientes que hay tanto de Dios en todas las personas, y también sientes la particularidad de lo que Dios hace en cada uno de nosotros. Somos únicos y somos hermanos.
Es obvio que tanta “reflexión” nos abrió el apetito, y nos reunió al calor del brasero. Recuperamos fuerzas y pudimos escuchar concentrados lo que Carmen nos contó de su experiencia cinco años en República Centroafricana.
Como en todas estas ocasiones, lo más grande fue conocer la historia de las sensaciones, de lo que a una persona que tiene su vida “en orden” le hace volar hacia otra parte, lejos. Contó lo que significa para ella la misión, lo que supone volver a España, con África en el corazón…..nos regaló frases e imágenes, que endulzaron lo que quedaba de sábado.
Dormir y despertar en menos de un minuto. Porque al día siguiente nos esperaba una misa tempranera con la Comunidad de Dominicas, amigas con las que compartimos eucaristía y un riquísimo desayuno (producción propia) en el locutorio del convento.
Fue otro momento mágico del fin de semana, porque la Eucaristía en el Coro del Convento de Santa Ana, es sencillamente especial. Y compartir, hablar, y reír con ellas, pues nos hizo disfrutar. A ese rincón de Murcia, Bea y Silvia trajeron con anécdotas y experiencias, un poco de Mozambique y de Ecuador. Viajamos todos los que estábamos allí por los caminos universales de Dios, comprendiendo que las distancias están en nuestra pobreza y en algunas miserias que a veces ensucian nuestro corazón, pero que la realidad es otra.
Somos personas distintas, con trocitos del Reino en nuestro interior, que debemos vivir en paz, ¿por qué resulta tan difícil?
Intentamos resolver ese “enigma” paseando por esta ciudad maravillosa, y tomando unas cervecicas en la plaza de las flores, con las que nos despedimos hasta el encuentro de diciembre, que puede ser más numeroso, porque los caminos del Señor son...
Carmen Aranda
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