jueves, 20 de enero de 2011

Relatos de portería




Cosas de la vida, ahora trabajo en la portería de un centro. Yo me llamo la pinche, porque lo mismo valgo para un roto que para un descosido. Manejo papeles, atiendo diligentemente el teléfono, rompo platos de macarrones en el comedor, cambio algún pañal y hago fotocopias. Por ahora, nadie me busca y todos esperan ver a otra persona (que, evidentemente, nunca soy yo) para solucionar sus problemas.

La mayoría de las veces, mi respuesta a sus preguntas siempre es "no".Cuando lo que gustaría decirles es "sí, por supuesto".
Cada uno de los que se asoman a la puerta viene cargado, agobiado, descreído, agotado.
Cada uno de los que se asoman, espera que se produzca un pequeño milagro (o un gran milagro)

Por mis manos y por mis oídos pasan, casi rozando, informes que destripan la historia de su vida Casi siempre, igual que la del informe anterior y en la que sólo cambia lo anecdótico. Y, sin embargo, es esa anécdota la que se me queda pinchando en el corazón. Y sólo puedo pasar el informe al ordenador y poco más. Bueno, y sonreír y desear los buenos días, se asome quien se asome.

Cuando estoy en portería me pregunto cómo se traduce la Buena Noticia aquí. Entonces, intento recordar que Dios también debe de estar algún modo en las fotocopias de lecto escritura, en la pasta de dientes de fresa, en las listas de Centro Abierto.

Y en el dintel de la puerta.

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