No sé cuántos años llevo aquí montada.
Subiendo. Bajando.
Subiendo. Bajando.
Vuelvo a subir.
y vuelvo a bajar.
Ya ni siquiera me agarro cuando bajo, aunque aún sigo sonriendo cuando estoy llegando a lo más alto y se me olvida que, dentro de nada, volveré a bajar a toda velocidad.
Ah.
Bájame, Dios, de este cacharro. Cógeme como se coge a los cachorros. Agarra la capucha de mi sudadera y sácame de aquí. Llévame a algún sitio en el que pueda descansar y al que no lleguen los taxis, ni los bordes de la ciudad, ni los huecos del que no está ya.
Cógeme como se coge a los cachorros, que ya no muerdo, ni araño, ni busco las manos.
Tan sólo estoy un poco perdida. Y un poco cansada de pelear. Y, a veces, no sé a dónde voy.
Cógeme y guárdame en un pliegue de tu falda, aquel que huela a café en una taza de medio litro.
Y acaríciame la cabeza, como si esperaras mi ronroneo.
Y quédate a verme dormir.
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