Eleonora, Melin y Vera, autora de esta entrada |
El camino de cada cristiano no es siempre lineal, ni obedece a una fórmula matemática o a una receta. Por mucho que los demás compartan con nosotros sus experiencias, hay que responder positivamente a la invitación que se nos hace, que llega en el momento justo y a la hora exacta, para ver con nuestros propios ojos dónde y cómo se desarrolla el postulantado de las hermanas misioneras combonianas.
El camino desde Lisboa a Granada lo hice a bordo de un autobús, una “peregrinación” llena de desvíos, en lo profundo de la noche y que dejó lo mejor para el final: contemplar el amanecer cuando ya se vislumbraba en el horizonte “la tierra prometida”. Cuando llegué, me recibieron abrazos calurosos y ese amor que fluye, serenamente, de las Pías Madres de la Nigrizia, a lo que se le unió la alegría al volver a encontrar caras conocidas y crear lazos con mis nuevas compañeras de camino, utilizando la lengua (¡improvisada!) de S. Daniel Comboni.
Estos días fueron fecundos, en lo que se refiere al descubrimiento de aspectos desconocidos de mi ser, en la escucha intensa de la voz del Señor, en la pasión por la misión y la fascinación por el Plan de Comboni. Cuando nos permitimos zambullirnos en lo más profundo de nuestro corazón, es imposible regresar igual. Me siento llamada a modelarme como mujer “santa y capaz”, como mujer que no desiste de transformar sus fragilidades y que entrega su vida para hacer causa común con los que más sufren, que acepta sin cesar la invitación de Comboni de compartir todo lo que ella es.
No puedo dejar de mencionar el maravilloso aporte del Skype para dinamizar un encuentro de esta naturaleza: consiguió conectar tres casas de combonianas en tres países diferentes (¿Qué te parece ésta, Comboni?), con la ayuda de dos portátiles y un trozo de tela blanco como pantalla.
En el momento del regreso, confieso que me hubiera quedado con ganas un tiempo más. “Señor, estamos tan bien aquí. Hagamos tres tiendas…”. En el equipaje me traje todo lo que vivimos, aprendimos y compartimos, el recuerdo de las sabrosas comidas que las hermanas Cidália, Palmira y Silvia nos prepararon (en aquella casa, olió a Lisboa gracias al bacalao con nata preparado por Joana, los pasteles de nata que sobrevivieron al viaje y el caldo verde de coles gallegas, autoría de Cidália), de las eucaristías celebradas con el pueblo de Granada y la acogida espontánea y calurosa de todos los amigos de las misioneras combonianas.
¿Y hoy? Pues vivo mi realidad, con aquella canción en los labios: “Ve al encuentro del amor, sigue los pasos del que te invita. Ve al encuentro del amor, deja a Cristo guiar tu vida”
Vera Rocha
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