Os dejamos aquí el testimonio completo de Juani Pagán, aparecido en el número de enero de Mundo negro, como forma de seguir su misión alentando a otros a coger el testigo misionero...¡Lo imposible se hace posible!
De sindicalista a misionera
Me llamo Juani Pagán Cascales y nací hace 67 años en Fortuna, un pueblo de la provincia de Murcia. Cuando era pequeña mis padres tuvieron que dejar su tierra y todos emigramos a Torrejón de Ardoz (Madrid), donde crecí.
A finales de los años sesenta del siglo pasado eran tiempos muy difíciles, como los de ahora, con muchos problemas de pobreza e injusticia. Trabajaba en una fábrica y estaba metida en la problemática sindical. Pero un día, mientras rezaba en una iglesia, ocurrió una cosa que me cambió la vida.
Me quedé allí tres horas que se pasaron sin darme cuenta. No sé bien cómo explicarlo, pero lo cierto es que sentí como que se me hubiera caído una venda de los ojos que me permitía ver claro, y que me indicaba que mi vocación no iba por la lucha social con la que estaba muy comprometida, sino que esta lucha social tendría una dimensión mucho más amplia.
Sentía en mi interior como que me decían: “La situación en España es muy difícil, pero en África aun es peor”. Inmediatamente empecé a interesarme por conocer mejor el continente africano. Al mismo tiempo, conocí la figura de Daniel Comboni a través de una transmisión de radio, que realizaban por entonces los misioneros combonianos.
Todo ello fue haciendo que poco a poco me sintiera muy atraída y contenta de poder dar mi vida por los más pobres. Yo, que no había tenido intención de hacerme religiosa, me encontré con que poco a poco el Señor me llevaba a sentir profundamente la necesidad de anunciar el Evangelio. Por eso me puse en contacto con varias congregaciones religiosas, y en 1968, después de un tiempo de discernimiento me decidí a entrar en las Misioneras Combonianas.
Me enamoré de África
Primero tuve un año de formación en España y luego pasé a Italia, donde hice mi noviciado y juniorado. Al terminar mi tiempo formativo, fui enviada a Uganda, donde me encontré y enamoré de África, que me entró hasta la Médula. Mi vida y trabajo con los acholi y luego con los karimoyòn me marcaron para siempre.
Pasados cuatro años, fui enviada a México para trabajar en la orientación vocacional. Al principio me costò aceptar el tener que dejar Uganda, pero tengo que decir que el Señor me bendijo con creces, pues tuve la suerte de poder acompañar durante ocho años a muchos jóvenes, chicos y chicas en su camino vocacional, así como poder descubrir la gran riqueza cultural y humana del pueblo mexicano. Fue una gran alegría poderles entusiasmar con la misión que yo había podido vivir y gozar en Uganda.
Después de México pude volver otra vez a Karamoya, que es la región más atrasada y discriminada de Uganda. Me di cuenta de que aunque habían pasado ocho años desde mi salida de la misión, mi amor y entusiasmo, no solo no se había apagado, sino, al contrario, se había encendido aún más, viviendo con más intensidad y alegría este gran regalo que Dios me había hecho.
Durante más de 17 años he trabajado allí con tres grupos diferentes de karimoyon, un pueblo guerrero que es muy temido por sus vecinos. Aunque hay diferencias entre ellos, he encontrado que todos tienen un aspecto común: son un pueblo con orgullo que tiene un carácter franco y leal. Aquí descubrí una gran cualidad que Dios les había dado.
Todo el trabajo que realicé allí no era un proyecto mío, sino un trabajo en equipo entre combonianos y Combonianas. Juntos anunciábamos nuestra fe, que es lo más importante de nuestras vidas. Nosotros queríamos hacer un desarrollo integral de la persona, no solo cultural y sanitario, sino también el anuncio de la fe, pues sin el desarrollo espiritual no se produce ningún desarrollo integral. Veíamos con dolor, que entre los cristianos prácticamente nadie podía proclamar la Palabra de Dios, pues no sabían leer. Por eso cuando los niños que iban a la escuela empezaron a leerla, los ancianos se llenaban de alegría al ver como sus hijos podían proclamarla y además la escuchaban en su propia lengua. Fue una de las cosas más bonitas.
La misión continua
Hace 18 meses vine a España de vacaciones, después de cuatro años de mucho trabajo en la diócesis de Moroto, en Karamoya. Creía venir para poco tiempo, descansar un poco y regresar pronto pues estaba encargada de la coordinación escolar de toda la diócesis. Tenía todo organizado, con muchos planes y tareas para realizar. Pensaba regresar en agosto del 2011, pero todo cambió de golpe pues me encontré con que los Médicos después de unos exámenes me dijeron que ya no podía regresar a Uganda, ya que tenía un cáncer en metástasis, generalizada y diseminado, prácticamente sin esperanza de curación.
Cuando me informaron de la enfermedad, no sentí rabia ni frustración, pero me hacía estas preguntas: “Señor, ¿cómo va a seguir el trabajo y los proyectos que tenemos en Karamoya? ¿Cómo se van a poder llevar a cabo?”. Pensaba que me moría ya, pues me sentía muy débil y creía que no duraría mucho. Solo le pedía a Dios que ayudase para que todo aquel trabajo misionero se pudiese llevar adelante. Informé a todo el mundo de la situación en la que me encontraba y pidiéndoles que ayudasen a mis colaboradores para que toda aquella tarea que se estaba realizando en Karamoya se llevase adelante.
La enfermedad me ha hecho descubrir que mi destino y mi misión “ahora” es otra. Tengo que vivirla desde la enfermedad, hasta que Dios me llame y San Pedro me deje entrar. Varias veces he estado a punto de morir, pero parece que San Pedro no tiene aún preparada la habitación. Ahora mi trabajo es orar y ofrecer mi vida por la misión, mientras Dios me dé la vida.
Hoy más que nunca siento que la misión es parte integrante de mi vida hasta lo más profundo de mi, y desde esta habitación como enferma, la sigo amando y trabajando por ella. Antes activamente y ahora desde la enfermedad. La misión no puede salir de mi. No puedo respirar ni vivir sin la misión.
No he sentido ninguna rebelión contra Dios, sino solo me salía decir: “Señor hágase tu voluntad”. Siendo la experiencia de Job: Dios me ha dado la salud, pero si ahora me la quita, me fío.
Necesidades en la misión hay a puñados, y cuanto desearía que estas necesidades se arreglaran, pero estoy convencida de que Dios hace siempre bien las cosas. Cuando miro mi vida y sobretodo cuando decidí dar el paso para seguir la vocación misionera, veo con alegría que puedo decir que la he vivido con creces.
Fe en Jesucristo
La fe en Jesucristo, una persona tan concreta y tan atrayente, nos motiva para hacer cosas increíbles. Invitaría a los jóvenes a que prueben, que se fíen de Él, que se lancen a hacer las cosas que parece que son imposibles, pero que Jesús hace que sean posibles.
Cuando miro hacia atrás y veo lo que el Señor ha realizado a través del trabajo misionero, digo: “Señor, verdaderamente eres grande”. Porque veo que soy como una pajita, pero me doy cuenta que con el Señor se hacen grandes cosas.
Por eso repito a los jóvenes que se fíen del Señor, que no caigan en la tentación de decir ‘no soy capaz, no puedo, es superior a mis fuerzas’. Porque si uno mide sus capacidades, seguro que no se mueve, pero si se mueve confiando en Jesús, lo imposible se vuelve posible.
El día 24 de Febrero del 2013 la hermana Juany Pagan fue llamada por el Señor para gozar de la alegría eterna, ella desde el cielo seguramente nos sonríe y nos anima a seguir adelante en la bella misión de llevar la Buena Noticia a todas las gentes.
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