domingo, 4 de diciembre de 2011

Dios eligió venir




Hace unas semanas Dios intentó pisar tierra firme y acampar entre nosotros, pero cuestiones burocráticas impidieron el milagro. En Belén, una ocupación hotelera cercana al 100% dio como resultado que María diera a luz a su primer hijo (nuestro Mesías) en una cuadra.

 La única diferencia entre un hecho y el otro es que el primero (el que tres personas murieran en el estrecho porque los dispositivos de rescate marroquíes y españoles no se ponían de acuerdo: transcurrieron  9 horas desde que pidieron socorro por primera vez hasta que llegaron en su ayuda)  ha quedado relegado a dos minutos escasos del informativo del mediodía y lo segundo queda sepultado bajo figuritas de escayola, kilos de mazapán y miles de luces en los centros comerciales.

¿Otra vez la Navidad? ¿Otra vez corriendo de un lado a otro para comprar regalos, que luego van a ser devueltos? ¿Otra vez a preparar la engorrosa cena de Nochebuena? (que sí, que todos estamos encantados de reunirnos para cenar, pero al final soy yo la que se carga el muerto de cocinar para veinte personas tres menús distintos) ¿otra vez escuchar en misa que Dios se ha hecho niño? ¿Que se ha “encarnado”? Encarnar… ¿Y eso qué quiere decir?

Hemos vivido, ¿cuántas? ¿Ocho? ¿Treinta? ¿Cuarenta? ¿Sesenta y seis navidades ya? Y en todas ellas, Dios “se encarnó” y puede que ni nos hayamos dado cuenta, de lo ocupado que estábamos “celebrando la Navidad”. “Encarnar” una palabra tan física, tan palpable, tan humana. Cuando algo se encarna duele, porque no pertenece originariamente a esa naturaleza. Dios eligió hacerse hombre…y aquello empezó a dolerle desde el principio. Porque su madre lo alumbró en un establo, donde olía mal y hacía frío, porque luego tuvo que hacer cientos de kilómetros a lomos de un mulo para volver a Nazaret, porque seguro que se desolló las rodillas jugando con los niños de su calle, porque puede que alguna moza le rompiera el corazón, porque a su primo lo mataron y su mejor amigo lo traicionó y porque…Porque acabó como todos sabemos.

Eso es lo que celebramos en Navidad: que Dios eligió bajar para saber qué era lo que nos dolía a nosotros y así, liberarnos y mostrarnos una forma nueva de vivir, de amarnos y de amarlo a Él. Quitemos lo accesorio, el ruido, la tradición incluso, y quedémonos con el misterio de cómo Dios puede desear hacerse una más de sus criaturas. 

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