viernes, 31 de diciembre de 2010

Una experiencia única en Mozambique




Alexia y Jorge, un joven matrimonio, vuelven de su experiencia misionera en Mozambique. Llenos de emociones, vivencias y alegría nos cuentan cómo han sido esos meses en el país africano, compartiendo su tiempo y su vida con las hermanas combonianas y con el pueblo mozambiqueño.

¡Gracias por dejarnos a los demás asomarnos a lo que habéis vivido!

Aquí va su relato misionero...

Nunca hubiéramos imaginado cuando estábamos en Etiopia hace dos años, de luna de miel tras nuestra boda, que gracias al Padre Adelmo, comboniano que venía a dar misa todos los días a la comunidad de las hermanas con las que estábamos trabajando, nos íbamos a “enganchar” tanto a esta orden. Fue allí en Etiopia donde descubrimos de ”puntillas”, una nueva forma de vivir con el pueblo africano, y gracias a la Hermana Lola, que con gran entusiasmo nos mostró los proyectos de capacitación de mujeres que llevaba hacia delante, y al Padre Adelmo, nos quedamos con la sensación de que merecería mucho la pena realizar una experiencia con los/las combonianos/as.

Debió ser una muy buena sensación, porque al pasar un año, Dios nos puso en el mismo sitio y en el mismo lugar, a otras dos hermanas, pero ahora en Madrid, y en la propia casa provincial de las combonianas. En ese momento, Elvira y Expedita, que de aquí en adelante se convertirán en nuestras “madrinas misioneras”, nos invitaron a vivir una experiencia de misión comboniana. Al final, nuestro destino parecía claro, y aunque nosotros queríamos ir a un país de habla española, Dios de nuevo con la ayuda de Elvira, enamorada de su Mozambique, quisieron que fuéramos a este país durante tres meses. Y nosotros por supuesto, aceptamos encantados.

Llegamos a Nampula a la casa provincial después de un cansado viaje desde Malawi, y desde que pusimos el pie en esta casa, hasta que salimos de ella tres meses después, la sensación fue de sentirnos a gusto y bien ACOGIDOS por parte de todas las hermanas con las que compartiríamos esta experiencia. Una ACOGIDA con mayúsculas, pero sencilla, sin muchas ceremonias, haciéndonos sentir parte de allí, como si ya nos conociéramos aunque hiciera pocos minutos de encontrarnos. Después de un tiempo con ellas, una de las hermanas, nos dijo que la manera de acoger de las combonianas la han aprendido del pueblo, porque a ellas, a los demás, el pueblo las acoge así, con lo mucho o poco que tienen pero sin reservas. Esto sería el primero de muchos aprendizajes vitales que nos hemos traído en la mochila de nuestra experiencia.

De Nampula, fuimos a Alua, la misión donde permaneceríamos hasta nuestra marcha allá por diciembre. Llegamos de noche, y no pudimos ver hasta el día siguiente lo bonito del lugar en el que estábamos. Un lugar lleno de palmeras, debajo de las cuales se respiraba VIDA, gente yendo y viniendo al hospital, a la escuela, al santuario….lleno de VIDA y de tranquilidad a la vez, alejados de la ciudad y sin muchas de las comodidades a las que estamos acostumbrados, pero que en ningún momento echamos en falta, lo que nos hizo ser más libres.

Dentro de la misión las hermanas tienen lo que allí llaman un Lar, que significa hogar, y que es un internado para chicas con pocas posibilidades, que viven lejos de la escuela y que tienen que vivir aquí durante el curso escolar. Y allí comenzó nuestro trabajo, pasando tiempo con las 36 chicas que allí había, estudiando, jugando, o simplemente hablando y compartiendo su día a día. Volvimos a sentir la gran acogida que las propias chicas nos hicieron y que permitieron que en el mes y pico que estuvimos con ellas, nos sintiéramos de nuevo en casa. También nos dimos cuenta de la “pobreza” de la educación, de lo que es para estas chicas el no saber nada, ni lo más mínimo, hasta creer que no son capaces de aprender. A su vez también nos impresionaron las ganas infinitas de saber, de conocer y de estudiar de la mayoría de ellas.

Mientras realizábamos este trabajo en el Lar, compartíamos nuestro día a día con las hermanas: comíamos, rezábamos, charlábamos por la noche bajo las estrellas,… y en estos tiempos, compartíamos todas nuestras inquietudes, dificultades, alegrías, penas,… y nos admirábamos de que a pesar de la diferencia de edad, de país de nacimiento, de todas las diferencias que había entre nosotros, nos encontrábamos cerca unos de otras. Y gracias a que las hermanas llevan muchos años por aquellas tierras con el pueblo, nos contaban todo lo que nosotros no sabíamos, ni podíamos aprender en el poco tiempo que estuvimos.

Además del trabajo en el Lar, participamos del proyecto de niños desnutridos, donde el problema del hambre nos dio una buena bofetada, al ver como los bebes llegaban en los huesos en brazos de sus madres o abuelas, para conseguir algo de leche o papilla. A pesar de la dureza de estar ante estas situaciones, también fueron muchas las alegrías cuando al pesar a los mismos bebes que llegaron, comprobábamos que engordaban, aunque solo fuera unos gramos, y así esperábamos con ilusión cada lunes a que aparecieran en brazos Lourdes, Faustino o Aureliano, para comprobar que seguían engordando.

Cuando las chicas del lar se fueron de vacaciones, comenzamos a visitar otras comunidades de combonianas para conocer otros proyectos y la vida en otras misiones. A parte, en Alua se nos propuso abrir por las mañanas una guardería/preescolar para enseñar un poquito de portugués a los peques y por la tarde enseñar a leer y dar clases de matemáticas a chicos y chicas más mayores que vivían cerca de la misión y lo necesitaban. De nuevo este trabajo nos encantó, y pudimos compartir muchas alegrías con los más pequeños cuando gritaban una canción, o con los mayores, viendo como aprendían a leer, y hacían sumas y restas. Además era muy bonito conocer a todos los niños de la zona y que cuando paseábamos por la misión todos nos saludasen encantados.

Y así transcurrió nuestra experiencia de la que podíamos contar mil y una cosas, aunque nos vamos a detener a compartir con vosotros lo que nos traemos en la mochila para la VIDA:

• Lo primero el saber ACOGER con lo que uno tiene para que el otro se sienta en casa.

• El saber que el Reino también está allí, en Mozambique o en cualquier otro lugar de misión, a través de mujeres y hombres que dan VIDA allá donde estén.

• Que también hay otra Iglesia más cercana al pueblo, que se plantea las incoherencias de sus actos y que trabaja la primera para mejorar en la medida de lo posible las vidas de los otros.

• La necesidad de vocaciones misioneras para llevar a cabo el trabajo de misión, porque a pesar de las misioneras (para nosotros “supermujeres”) el trabajo es mucho, y a lo mejor hay que plantearse la corresponsabilidad de los laicos con las misiones y nuestro papel en ellas.

• Como siempre en estas experiencias, nos damos cuenta de nuestro exceso de necesidades que llamamos vitales en nuestro primer mundo, y de lo incoherentes que somos con el evangelio en el momento en que ponemos el pie en Europa.

• La riqueza humana que nos llevamos al haber compartido con las hermanas, hermanos y padres combonianos misioneros este tiempo. Algunas han conseguido meterse en nuestros corazones y hacerse un hueco muy especial donde poder mirarnos y aprender.

• Y ya para terminar agradecer a Dios y a “nuestras madrinas” el haber hecho de esta experiencia algo único.


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