Un grupo de misioneras combonianas en Sur Sudán |
“Acuérdate todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto… No se gastó el vestido que llevabas, ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años”
(Dt. 8,2.4)
Podemos leer este pasaje bíblico agregando 100 años más, para recordar con maravilla y
sorpresa todo aquello que el Señor nos ha concedido vivir en estos ciento cuarenta años de vida del Instituto Pie Madri della Nigrizia.
El primero de enero 2012, tenemos la alegría de celebrar el “cumpleaños” de nuestra Congregación.
Creo que ésta sea una ocasión propicia para hacer memoria, alabar y contemplar la acción de Dios en la pequeña semilla sembrada por San Daniel Comboni, en la tierra fecunda del corazón de nuestras primeras madres-Hermanas. Es tiempo que nos invita recordar a todas las hermanas que, en estos 140 años, con su cuerpo y su alma, han permitido que la semilla se convirtiera e un árbol frondoso con flores y frutos, compartidos con todos los pueblos con los cuales han hecho este trozo de historia.
El camino ha sido largo e incluso en nuestra historia el desierto no se ha revelado un simple símbolo. La arena, el sol ardiente y la desnudez del desierto de Sudán han marcado los primeros pasos del naciente Instituto y tejido el vestido del carisma que hemos heredado. Al igual que los anillos, en una cadena de pertenencia, que nos une con vínculos mas fuertes de la sangre, las hermanas nos han trasmitido este carisma heredado del Fundador y vivido como mujeres.
Contemplar este camino, hoy para nosotras, es motivo de agradecimiento al Señor que nos ha llamado a pertenecer a esta Congregación.
Contemplar este camino puede ser también para nosotras un momento para preguntarnos como estamos viviendo hoy nuestra pertenencia al Instituto en su desarrollo, en sus retos, en la necesidad de caminar juntas con una visión común.
Tenemos delante de nosotras un Año Nuevo, una nueva oportunidad. No es un año más, sino un año que nos requiere un fuerte empeño para reflexionar, entender y vivir nuestra ministerialidad, como expresión de una fuerte espiritualidad, que se nutre a través de un verdadero encuentro con el Señor de la Historia.
Mi deseo para todas nosotras es la invitación a hacer un serio proyecto personal donde el espacio del encuentro con el Señor, con las Hermanas y con la gente sea un momento de calidad donde nos dejemos transformar en la mente, en el corazón y en la voluntad.
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