Hace más de dos mil años, un ángel se apareció a José y le dijo: «levántate, toma al Niño y a su madre y huye a Egipto». El rostro feliz de María que apenas había alumbrado a su Hijo debió trocarse en angustia pensando en cuántos kilómetros de desierto debía afrontar para salvar la vida del pequeño.
El llamamiento del Papa Francisco en el Ángelus del 6 de septiembre a acoger en las parroquias a las familias de refugiados, es abrir la puerta a muchas mujeres que hoy como María huyen de las persecuciones. El arzobispo secretario para las Relaciones con los estados, monseñor Gallagher, tal y como recogemos en las páginas internas, ha recordado a las víctimas de la violencia étnica y religiosa en Oriente Medio pidiendo a la Comunidad internacional «la protección de los derechos fundamentales de los cristianos y otras minorías religiosas».
También del fenómeno migratorio ha hablado el cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, que en preparación a la llegada del Papa a la isla, mostraba su preocupación por la creciente emigración de los jóvenes. Allí, las aguas cubanas han sido testigo de muchos hombres que se han puesto en camino buscando un futuro. Este fenómeno se repite en aguas de todo el mundo.
Hoy hace nueve días que las de Turquía arrastraban el cuerpo sin vida del niño sirio Aylan. Y es precisamente él, quien nos trae a la memoria la matanza de los niños inocentes arrancados de los brazos de sus madres en tiempos de Herodes. El Papa en su homilía de la festividad del Nacimiento de la Virgen María, nos dijo que «Dios elige las cosas pequeñas para hacer grandes obras».
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