lunes, 25 de febrero de 2019

Ludoteca misionera

Recomendada por varias amigas cercanas no podíamos dejar de traer a este espacio la película Vete y vive, a través de esta emotiva historia nos adentramos en el sufrimiento y el conflicto interno de un niño que solo lucha por sobrevivir.


lunes, 18 de febrero de 2019

lunes, 11 de febrero de 2019

La realidad de los pobres me interpela

El 23 de septiembre de 1983 nací en Butembo, en República Democrática del Congo. Del ambiente de oración y de compromiso cristiano que ha caracterizado a mi familia, surgió mi vocación a la vida misionera: levantarme a la seis de la mañana para ir a misa, ser miembro de un grupo de acción católica en el que se nos invitaba a rezar, visitar y ayudar a los enfermos y a los minusválidos, a compartir nuestra comida o nuestra ropa con los niños que no tenían, etc fueron creando en mí la sensibilidad hacia las personas que sufren y la alegría de dar. Así, crecí con el proyecto de entrar en la vida religiosa.
Lwanga en su celebración de los votos perpetuos. A la izquierda P. Pedro Andrés, superior de los combonianos en España
Al terminar el bachillerato, entré en crisis. Crisis vocacional. Pues soy el único hombre de mi familia y según mi cultura, el hombre es el que da descendencia a su familia, ya que mis tres hermanas, al casarse pasarían a pertenecer a las familias de sus respectivos maridos. Yo estaba dividido entre dejar a mi familia, “dejar morir” el nombre de mi padre y entrar en alguna congregación religiosa. Ante la duda, decidí tomarme un tiempo y estudiar francés porque me encantaba ser profesor. Y así fue.

Un domingo, un amigo mío me pidió que le acompañara para un encuentro con un Hermano comboniano. Acompañé al amigo, sin más. Entonces, yo tenía 24 años, ya disponía del diplomado en francés, con cinco años de experiencia profesional como profesor en el colegio. Me gustaba esta carrera que, aparte de que a través de ella me sentía útil para la sociedad, me procuraba la independencia económica y me permitía ayudar a mi familia. Así, tenía en mente el proyecto de seguir trabajando, invertir mi salario en ayudar a mi familia, en vivir la vida igual que otros jóvenes y, al final, casarme para formar una familia.
El grupo de baile tradicional Yira Mirembe alegra la fiesta en el salón de recepción que recibió a más de 600 invitados

El Hno. Santiago, misionero comboniano congoleño, iba cada tres meses a mi pueblo para hablar con los aspirantes que querían ser combonianos. Él contó su experiencia misionera entre los pueblos de Colombia y puso énfasis en su trabajo pastoral con los pigmeos, el pueblo más marginado de RD Congo. Dijo que en muchos rincones de nuestro país, especialmente la zona en la que se encuentran los pigmeos, faltaban profesores y que nuestra contribución podría ayudar a que otros niños pudieran tener una buena educación. Terminado el encuentro, no dije nada, volví a casa tranquilo.

Pero unas semanas después, esta realidad empezó a hablarme. Entonces me hice la pregunta: Ya que tenemos a muchos profesores bien formados aquí en Butembo ¿por qué no puedo irme a ayudar en la educación de estos pigmeos? Es así como fue renaciendo en mí el deseo de ayudar, de ser misionero, de “salvar África con África” como decía Comboni. Después de consultar a mi familia, especialmente a mi abuelo, luego a mi director espiritual, a mis amigos –muchos de ellos no estaban contentos con mi decisión-, etc. decidí dejar mi trabajo y entrar con los combonianos. En junio 2009, empecé el camino formativo que me llevó a Kisangani (RD Congo) para el postulantado, a Cotonou (Benín) para el noviciado y a Bogotá (Colombia) para los estudios teológicos. Desde 2014 he sido destinado a España para estudiar Periodismo, carrera que terminé en junio de 2018. Actualmente trabajo en la revista misionera Mundo Negro, que editan los misioneros Combonianos y colaboro en la pastoral juvenil en los grupos Aguiluchos y Nkembo de Madrid. 
Convivencia de Aguiluchos (diciembre 2014)

El 1 de diciembre 2018 celebré mis votos perpetuos en la congregación de los combonianos en mi ciudad natal, Butembo, junto con mi familia biológica, la familia comboniana y mis amigos. Este día de mi donación total para la misión fue también celebrado por mi parroquia como una fiesta y fue una buena oportunidad para animar a los jóvenes a dar su vida por los más necesitados.

Comparto mi acción de gracias a Dios por el don de la vocación misionera, por mi familia biológica, que siempre me ha apoyado, y por todas las personas de dentro y fuera de mi congregación, que me han ayudado a descubrir mi vocación y a crecer en la atención a los más pobres y abandonados. Le pido que Él me ayude a superar con valentía y fe las dificultades de la vida misionera y que no me deje caer en el desánimo ante los desafíos del mundo actual, especialmente de los países en vía de desarrollo.

Hno. Lwanga Kakule Silusawa


viernes, 8 de febrero de 2019

El Dios de las pequeñas cosas


Ayer compartía el artículo que El País le dedica al antropólogo francés Marc Augé, crítico de la “no realidad” que caracteriza nuestros días y horas y defensor de las pequeñas alegrías cotidianas.

Mientras lo leía, no pude evitar recordar que mi padre, cuando estaba en plenas facultades, siempre trataba de hacerle entender a mi madre que la felicidad no era más que eso: un entramado de pequeñas alegrías, entretejidas con sufrimientos y tediosa normalidad. Textil a la par que acertada metáfora para un hombre, nada poético, pero de natural optimista. Supongo que descubrir los hilos de colores más brillantes en la trama de este tejido vital, requería pasar del conjunto al detalle, con un ojo entrenado para dicha tarea y mi madre siempre ha sufrido de miopía magna...

Ayer, domingo, debería haber ido a visitar a algunas familias con enfermos para llevarles la comunión. Una “alegría cotidiana” en forma de “comida de domingo casera, preparada por la hermana recién llegada” me dejó “KO” para el resto de la tarde y no fui. Esta tarde, aprovechando que era día de fiesta (día de la Independencia) he ido a visitarles.

Cualquiera con un poco de “sano juicio” podría tildar estas visitas de “ineficacia total”. Con mi “pobre tamil”, unas simples oraciones de “1º de catequesis” que he conseguido memorizar y el Evangelio (rezo siempre para encontrar a alguien que lo proclame con más dignidad que la de mis dudosos balbuceos) aterrizo en cada uno de sus hogares. Bueno, con toda esa pobreza humana y con Jesús Eucaristía, que hace el resto del trabajo.

Hay una familia que tiene un bebé que alterna los gritos y las carreras con las postraciones de rodillas, manos juntas en el pecho en actitud orante, tres dientes por fuera y una sarta de ruidos rítmicos que parecen las letanías que reza su abuelita al fin del Rosario. Otra, la de mi amiga octogenaria, congrega a todos los miembros para la oración (que dirige ella con un ritmo vertiginoso, cortando todas las palabras a medias) y me despide con un “bye, bye”, una sonrisa de oreja a oreja, desdentada y rebelde y con un abrazo de los de “de verdad, me alegro de verte”. Hay otra señora que ronda también los ochentaitantos, que parece un ángel. Y después está Lawrence con su esposa Kala.

Lawrence tiene un problema renal, desde hace años, que le hace depender de la diálisis y de una sonda que siempre lleva colgando. Además, su cabecita no parece estar bien del todo. Su esposa, Kala, una mujer de unos cuarentaitantos, menuda, con sonrisa serena y ojos de anemia, es la que cuida de este hombretón que casi le dobla en tamaño. Hoy, al llegar a su casa, la puerta estaba cerrada, las cortinas echadas y la música encendida. Después de llamar un par de veces, Lawrence ha repetido algo; he querido entender que era un “pasa” y he entrado. Agitado, con un fuerte olor corporal, este hombretón insistía en que entrara al dormitorio. Yo no quería y no entendía la razón. Hasta que al final, viendo su insistencia, he entrado. En la cama, ardiendo de fiebre y no más grande que las niñas de sexto a las que doy clase, estaba Kala que, a pesar de los gritos de Lawrence, no se despertaba. Sólo momentos como el de hoy me hacen arrepentirme de no haber obedecido a mis padres estudiando medicina en vez de historia.

Al poco de estar allí, tras haber constatado que la fiebre era altísima y el pulso casi imperceptible, ha aparecido Wiky, la vecina budista de Lawrence y Kala. En un momento, con dulce rotundidad, ha despertado a Kala, la ha vestido y nos la hemos llevado al médico. Ha pagado la consulta (el hospital hoy no tenía urgencias, por eso de ser festivo; pero sí estaba allí el médico privado) y el motocarro que nos ha llevado hasta la clínica. A la que regresaban a casa, ha parado para comprar unas verduras en una de las tiendas del camino, que seguro terminarán en la casa de Kala.

La absoluta normalidad de esta mujer gestionando la situación y el cálido cuidado fraterno para con su vecina (no es la primera vez que la veo ayudando a Kala) me han hecho volver al artículo de Augé: las pequeñas alegrías de la vida.

Hoy esta mujer, budista, ha sido una de estas pequeñas alegrías. Ha sido la encarnación sencilla y perfecta de la Palabra hecha Vida.

Cada día me convenzo más de que el misterio de Dios tiene más de humano y de realidad encarnada de lo que nos afanamos en creer. Y que los sacramentos y la liturgia llenos de paramentos, pompa y boato, no pueden ser más sagrados que las circunstancias de la vida cotidiana en las que Dios se hace presente.

Hoy, una mujer, budista, revestida con el único paramento de la humanidad y la premura ante su vecina enferma (que se encarga de cuidar a su marido enfermo) ha “celebrado” uno de los momentos más sagrados que he testimoniado en Sri Lanka. Poniendo un hilo de color brillante a la trama de la vida. Derrochando humanidad humanísima.

Dios, Madre y Padre: Ábreme los ojos del rostro y del alma para verte, tocarte y amarte encarnado. No me dejes caer en la tentación de ceñirme a “verdades teóricas y excluyentes” que “adormezcan” la capacidad de descubrir el color de tu presencia en la trama de nuestras vidas.

Bea Galán
 
 

miércoles, 6 de febrero de 2019

Año nuevo, experiencias combonianas nuevas

El tercer fin de semana de enero celebramos el primer encuentro de Combojoven de 2019 en Granada. Fue un grupo menos numeroso del que solemos estar acostumbrados, pero aún así compartimos muchas reflexiones y experiencias.
Este encuentro, para mí, tuvo momentos y espacios muy importantes e interesantes. Comenzamos la convivencia el sábado por la mañana con la oración, leyendo la lectura de la Anunciación de la Virgen María, enfocándolo al servicio, aquel al que Maria se entregó sin titubear. Para finalizar leímos la carta del Papa Francisco, en la que apelaba a los jóvenes a decir si al servicio a Dios y a los demás, a participar de forma activa en lo que él denomina la “revolución del servicio”, para así ser y hacer felices.

El taller lo comenzamos con una actividad que me pareció muy interesante, fue una experiencia nueva y una forma de “vivir” el evangelio, que os invito a que la hagáis. Se trata de la oración imaginativa o contemplación ignaciana, empleada por San Ignacio de Loyola en Los Ejercicios Espirituales, que consiste en leer un texto bíblico, cerrar los ojos y usar la imaginación para hacer una composición de la escena del pasaje del Evangelio. A continuación, debes expresar lo que has visto, oído, olido, qué personaje eras o que hacías, pero lo más importante es qué has sentido mientras vivías dentro del Evangelio.
Momento del taller
En la segunda parte del taller nos sumergimos en la vida de Jesús, desde otra perspectiva a la que nos tienen acostumbrados, y que en estas convivencias estamos descubriendo poco a poco. En ella pudimos conocer como Jesús está siempre rodeado de las personas mas necesitadas y vulnerables, viviendo con ellos y preocupándose por la opresión que sufren, siempre denunciando las injusticias. Debido a la semejanza que hay entre la realidad de la vida de Jesús y la nuestra, el texto nos invitaba a seguir esperanzados y a cambiar la manera de pensar y actuar, ya que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. A creer en el poder transformador del ser humano, aprendiendo a pensar desde el sufrimiento de los más desfavorecidos, empatizando nuestro corazón hacia ellos y teniendo como reflejo el ejemplo de Jesús.

Tras una mañana de compartir reflexiones, por la tarde tocaba la actividad del testimonio. La particularidad era que se trataba de nuestro testimonio, pues tuvimos la oportunidad de participar junto al padre Rafa en una asociación llamada Amani, cuyo significado es "lugar de paz". El nombre define muy bien su actividad, pues se dedican a promover la convivencia, el encuentro y el compartir entre migrantes que se encuentran de paso, proporcionándoles ocio y un lugar cómodo. Fue una experiencia inolvidable, un espacio intercultural lleno de emociones muy vivas e imágenes imborrables. Conocer y participar de estos ambientes te mantiene esperanzado sabiendo que hay lugares llenos de felicidad, paz y de un compartir mutuo. Te obliga a empatizar con el que está a tu lado, a poner rostro e historia a personas que nos la presentan como lejanas y a vivir una realidad que muchas veces sentimos distante. También quiero destacar la riqueza cultural que vivimos esa tarde, pues lo que empezó con actividades y bailes organizados por universitarios de Granada, acabó como un intercambio de canciones entre las diferentes partes del mundo a pesar de la barrera lingüística.
Compartiendo cantos y bailes de diferentes rincones del mundo
Para finalizar el día se proyectó la película de Campeones, que mas allá de su comicidad, retrata a personajes que representan el servicio, la dignidad y valores como la equidad entre diferentes y la generosidad.

Al día siguiente, el laico Alberto nos presentó la experiencia de misión de Daniel Comboni, a quién, convivencia tras convivencia, conocemos cada vez más. Nos explicaron la auténtica vocación de Comboni, su vida misionera y como y en qué circunstancias consiguió ayudar a los más oprimidos en África.
Foto de grupo junto con los LMC tras la misa compartida ¡Y con visita de la Hna. Silvia!
Os animo a participar en estos encuentros que te permiten encontrar espacios donde poder conocerte mejor a ti, a reforzar tu espiritualidad, a conocer gente muy interesante y a disfrutar.

¡Nos vemos en la próxima!

Borja Vitón García

lunes, 4 de febrero de 2019

Por un mundo sin voz

Permíteme, Señor,
una intención especial por mi pueblo,
el mundo sin voz.
Hay miles y miles de criaturas humanas
- en los países empobrecidos y en las zonas empobrecidas de los países enriquecido-
sin derecho a levantar su voz.
Sin posibilidad de reclamar, de protestar,
por justos que sean los derechos que tienen que defender:
Los sin-casa, los sin-comida,
los sin-vestido, los sin-papeles, los sin-salud,
los sin un mínimo de posibilidad de educación,
los sin-trabajo, los sin-futuro, los sin-esperanza.
Corren el riesgo de caer en el fatalismo, se desaniman, pierden la voz,
se convierten en unos sin voz.
Envía Señor a tu Espíritu,
porque solo él puede remover la faz de la Tierra.
¡Él podrá romper los egoísmos,
condición indispensable para que sean sobrepasadas
las estructuras injustas que mantienen a millones de seres en la esclavitud!
Él podrá ayudarnos a construir un mundo más humano, en el que todos seamos una sola familia.

Vigilia solidaria por las personas internadas en los CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros)
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