miércoles, 24 de octubre de 2018

Bendecir el trabajo


Beatriz Galán, misionera comboniana en Sri Lanka, nos hizo llegar esta carta el pasado día 18 con motivo del Domund, celebrado el domingo 21 de octubre.

Mientras escribo estas líneas intento recordar aquel tema que dice... “el trabajo nace con la persona, va grabado sobre su piel y ya siempre le acompaña como su amigo más fiel”. Pienso que las personas con las que he compartido la mañana no han escuchado nunca a nuestro insigne Raphael (por mucho que a Doña Carmen le gustara, creo que su influencia no llegó hasta este rincón de la India donde me encuentro) y sin embargo, hubiera sido un excelente hilo musical para la celebración de hoy.
Hoy en la India, todo trabajador que se precie, sin distinción religiosa, acicala de la mejor manera posible su lugar de trabajo y se prepara para bendecir el espacio y las herramientas que le propician sustento a él y a su familia. En mi caso, he podido compartir la alegría de este día con las mujeres y el señor (bendito él entre todas ellas) que trabajan en la pequeña imprenta que tienen las hermanas que me acogen durante este tiempo de estudio en Chennai. 
 
Junto a la oración y bendición de nuestro párroco (asperjando agua bendita), la oración de los trabajadores hindúes liderada por el “bendito entre todas ellas” (incensando todas las máquinas y los rincones de trabajo). La iconografía, sincrética, como todo aquí: Junto a tres imágenes del Sagrado Corazón de Jesús (“Jefe de la casa”), San José (modelo y protector de los trabajadores) y la Virgen María, hojas de banano, guirnaldas de flores, pequeños montoncitos de arroz, cocos, guavas, manzanas, naranjas... El pan y el vino mediterráneos, en India saben a arroz y jugo de coco tierno. 

Las mujeres, que cada día trabajan sobre una estera en el suelo con los dedos “forrados” para evitar cortarse con el papel y el hilo mientras cosen los cuadernos que miles de niños utilizan para aprender en las escuelas de las hermanas, hoy lucen radiantes. Huelen al jazmín de las guirnaldas que adornan sus negras cabelleras y sus rostros brillan aún más que los dorados aretes y collares con que engalanan sus saris de mil colores. El “bendito”, enjuto y sudoroso otrora y hoy convertido en hombre santo, parece que llena con una carne que no existe la blanca camisa y el pantalón con raya que su mujer le ha preparado. 
Hace unos días leía un testimonio de una misionera que definía su vocación como la de alguien que está “desposada con el asombro”. Este domingo es el Domund. Aún asombrada por la belleza de la celebración de hoy, no dejo de pensar que nosotras no tenemos maquinaria industrial para bendecir... Quizá podría pedir que bendijeran las tizas, la pizarra, los libros que utilizamos en clase; o el libro del catecismo, las esteras, los colores, la capilla que usamos para la catequesis; o las sandalias que protegen nuestros pies al caminar y el bolso donde llevamos el Evangelio y al Santísimo cuando vamos a visitar y a llevar la comunión a los enfermos... Quizá las máquinas que utiliza la gente con las que compartimos la vida, en cierto modo... son también las nuestras porque de lo que no tenemos duda es de que su bendición, es la nuestra. 
Bea en el colegio donde está desarrollando su misión, St. Patrick’s College.
Raphael en la última estrofa de su canción dice “vale más tener esperanza y luchar por algo mejor; trabajar con fe y esperanza por lograr un mundo mejor”. Donde nos toque a cada uno, en India, en Sri Lanka, en Ecuador, en Madrid, o en Granada; siendo tornero fresador, madre de familia, enfermera o profesor... que “nuestros espacios”, nuestros trabajos, nuestras vidas... CAMBIEN EL MUNDO; que lo tornen bendición.
FELIZ DOMINGO DE LAS MISIONES.

Con mucho cariño, Bea.


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