lunes, 11 de febrero de 2019

La realidad de los pobres me interpela

El 23 de septiembre de 1983 nací en Butembo, en República Democrática del Congo. Del ambiente de oración y de compromiso cristiano que ha caracterizado a mi familia, surgió mi vocación a la vida misionera: levantarme a la seis de la mañana para ir a misa, ser miembro de un grupo de acción católica en el que se nos invitaba a rezar, visitar y ayudar a los enfermos y a los minusválidos, a compartir nuestra comida o nuestra ropa con los niños que no tenían, etc fueron creando en mí la sensibilidad hacia las personas que sufren y la alegría de dar. Así, crecí con el proyecto de entrar en la vida religiosa.
Lwanga en su celebración de los votos perpetuos. A la izquierda P. Pedro Andrés, superior de los combonianos en España
Al terminar el bachillerato, entré en crisis. Crisis vocacional. Pues soy el único hombre de mi familia y según mi cultura, el hombre es el que da descendencia a su familia, ya que mis tres hermanas, al casarse pasarían a pertenecer a las familias de sus respectivos maridos. Yo estaba dividido entre dejar a mi familia, “dejar morir” el nombre de mi padre y entrar en alguna congregación religiosa. Ante la duda, decidí tomarme un tiempo y estudiar francés porque me encantaba ser profesor. Y así fue.

Un domingo, un amigo mío me pidió que le acompañara para un encuentro con un Hermano comboniano. Acompañé al amigo, sin más. Entonces, yo tenía 24 años, ya disponía del diplomado en francés, con cinco años de experiencia profesional como profesor en el colegio. Me gustaba esta carrera que, aparte de que a través de ella me sentía útil para la sociedad, me procuraba la independencia económica y me permitía ayudar a mi familia. Así, tenía en mente el proyecto de seguir trabajando, invertir mi salario en ayudar a mi familia, en vivir la vida igual que otros jóvenes y, al final, casarme para formar una familia.
El grupo de baile tradicional Yira Mirembe alegra la fiesta en el salón de recepción que recibió a más de 600 invitados

El Hno. Santiago, misionero comboniano congoleño, iba cada tres meses a mi pueblo para hablar con los aspirantes que querían ser combonianos. Él contó su experiencia misionera entre los pueblos de Colombia y puso énfasis en su trabajo pastoral con los pigmeos, el pueblo más marginado de RD Congo. Dijo que en muchos rincones de nuestro país, especialmente la zona en la que se encuentran los pigmeos, faltaban profesores y que nuestra contribución podría ayudar a que otros niños pudieran tener una buena educación. Terminado el encuentro, no dije nada, volví a casa tranquilo.

Pero unas semanas después, esta realidad empezó a hablarme. Entonces me hice la pregunta: Ya que tenemos a muchos profesores bien formados aquí en Butembo ¿por qué no puedo irme a ayudar en la educación de estos pigmeos? Es así como fue renaciendo en mí el deseo de ayudar, de ser misionero, de “salvar África con África” como decía Comboni. Después de consultar a mi familia, especialmente a mi abuelo, luego a mi director espiritual, a mis amigos –muchos de ellos no estaban contentos con mi decisión-, etc. decidí dejar mi trabajo y entrar con los combonianos. En junio 2009, empecé el camino formativo que me llevó a Kisangani (RD Congo) para el postulantado, a Cotonou (Benín) para el noviciado y a Bogotá (Colombia) para los estudios teológicos. Desde 2014 he sido destinado a España para estudiar Periodismo, carrera que terminé en junio de 2018. Actualmente trabajo en la revista misionera Mundo Negro, que editan los misioneros Combonianos y colaboro en la pastoral juvenil en los grupos Aguiluchos y Nkembo de Madrid. 
Convivencia de Aguiluchos (diciembre 2014)

El 1 de diciembre 2018 celebré mis votos perpetuos en la congregación de los combonianos en mi ciudad natal, Butembo, junto con mi familia biológica, la familia comboniana y mis amigos. Este día de mi donación total para la misión fue también celebrado por mi parroquia como una fiesta y fue una buena oportunidad para animar a los jóvenes a dar su vida por los más necesitados.

Comparto mi acción de gracias a Dios por el don de la vocación misionera, por mi familia biológica, que siempre me ha apoyado, y por todas las personas de dentro y fuera de mi congregación, que me han ayudado a descubrir mi vocación y a crecer en la atención a los más pobres y abandonados. Le pido que Él me ayude a superar con valentía y fe las dificultades de la vida misionera y que no me deje caer en el desánimo ante los desafíos del mundo actual, especialmente de los países en vía de desarrollo.

Hno. Lwanga Kakule Silusawa


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