Después de la primera misa que celebré en Obo, quitándome los ornamentos en la sacristía, un hermano misionero anciano se acercó y me dijo:
"Ahora la gente te va a saludar, a tocar, a abrazar, a escupir pequeños restos de saliva en las manos en señal de bendición. Luego irás allí, debajo del gran mango, y en sus raíces, sentados, te esperan los leprosos, a los que damos cada domingo una moneda y una hoja de periódico para que se preparen sus cigarrillos toda la semana.
Notarás que a muchos las manos les terminan en las muñecas y los pies en los tobillos. Perdieron las zonas cartilaginosas de su cara, orejas, nariz...Pero todos querrán saludarte y tocarte.
Con el mismo amor con que has tocado a Cristo en la eucaristía, tócales también a ellos, pues es el mismo Cristo el que vive en ellos. Tocarlos a ellos es tocar el Cuerpo de Cristo."
Sólo soy la voz de mi pueblo. Un obispo en Centroáfrica.
Juan José Aguirré Muñoz, misionero comboniano.
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