Por fin me siento para intentar transmitiros algo de mi reciente experiencia comunitaria.
Me explico, se trata de una experiencia que realizamos las novicias durante el segundo año y que dura aproximadamente dos meses y medio. En este tiempo nos mudamos a una comunidad fuera del noviciado, fuera de Quito, a vivir en una comunidad como una hermana más, integrándonos en la vida cotidiana y apostolado.
Yo fui destinada a la comunidad de Sta. María, una aldeíta situada a la ribera del río Cayapas, al norte de la provincia de Esmeraldas, a la que solo se puede acceder mediante canoa a motor y el viaje dura tres horas. En esta comunidad no se goza de agua potable por lo que los habitantes deben consumir el agua de lluvia para beber y el del río para uso doméstico. Este río contiene metales pesados debido a la contaminación de las minerías que han estado trabajando recientemente, sin preocuparles lo que esto afecta a la salud de la población.
De izquierda a derecha: hna Isabel, yo, hna MJose, hna Elvira, hna Amparo, hna Marcela. Posando con el padre Robinson y conocido suyo. |
Las hermanas están acompañando en el río a las dos culturas presentes: los afro y los chachis (indígenas). Ambas etnias son radicalmente diferentes entre sí, pero son capaces de entenderse y de convivir pacíficamente. Ha sido mi primera experiencia en la pastoral del campo, lo que ha supuesto para mí superar algunos desafíos y temores relacionados sobre todo con la higiene, los bichos y la alimentación.
En esta experiencia comunitaria he podido cantar con el salmo 34:
“El ángel de Señor pone su tienda en torno a sus fieles y los libra,gustad y ved qué bueno es el Señor,dichoso el hombre que se acoge a Él”.
He gustado la bondad del Señor en la belleza y la maravilla de la naturaleza que me hizo sentirle muy cerca y presente en la pureza de algunos paisajes. He visto cuán bueno es a través de la comunidad y su acogida cercana, cálida, sencilla...En su confianza depositada en mí durante este tiempo.He experimentado la bondad de Dios a través del contacto con la gente, especialmente de los niños.
Ellos siempre salían a mi encuentro en los momentos de mayor cansancio o desánimo, sacando lo mejor de mí: llenándome de energía, alegría y espontaneidad. Su mirada curiosa sobre mí, era la mirada de Dios.También su capacidad de jugar, asombrarse, y divertirse con cualquier cosa y en las situaciones más precarias, me ha revelado el rostro amable y tierno de Dios; la esperanza de un pueblo, la creatividad de Dios en medio del abandono humano.
He visto cómo Dios nos precedía en los pueblos más alejados que hemos visitado: Él estaba en su deseo de alimentarse de la Palabra de Dios, en su sed de recibir la Eucaristía y en la fidelidad de los catequistas, aún en medio de un semi-abandono de parte de la Iglesia y de la insistencia de las sectas y otras confesiones presentes en la zona.
En fin, tantas maravillas que no puedo acabar de contar en una humilde entradita del blog. Pero sí me gustaría compartir con vosotros un numeral de nuestra Regla de Vida de las Misioneras Combonianas que podría reflejar lo que ha significado mi experiencia:
“Estamos dispuestas a vivir y trabajar, pasando inadvertidas entre privaciones, incomprensiones y peligros, preparadas a disminuir para que otros crezcan, como una piedra escondida bajo tierra que quizá nunca verá la luz pero que participa en la edificación del Reino.” RdV 4.4
Y para convertirme en esta piedra, Cristo debe ser mi piedra angular, mi fundamento, la pieza que ensambla todas las demás.
Un fuerte abrazo a todos y los mejores deseos para este año 2019,
Lucía.
Bendigo al Señor Lucy, por la bella experiencia que te permitió vivir en medio de la comunidad de Santa María de los Cayapas. El amor de Dios se manifiesta en los pequeños y enormes detalles cotidianos. Un beso, unidas en la oracion
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