¡Feliz domingo a todos!
Me llamo Imma y acabo de volver a
Italia después de vivir dos años en Granada en el Postulantado de las
Misioneras Combonianas. Aquí en Matera, mi ciudad, estoy disfrutando de mi
familia, mi sobrinita y mis amigos antes de marcharme a Ecuador donde al
principio de septiembre empezaré el noviciado. Por supuesto, en este tiempo
aquí estoy haciendo también el lleno de pizza y mozzarella!
Durante mucho tiempo, cuando
escuchaba a alguien hablar de vocación, creía que esa fuese una llamada
ensordecedora y una manifestación extraordinaria de la voluntad de Dios. Sin
embrago muchas veces, así como nos recuerda el primer libro de los Reyes, el
Señor no está en el terremoto, ni el huracán, sino en la brisa suave de la
mañana, es decir en las pequeñas cosas de cada día y es por esa razón que
deberíamos tener el corazón y los sentidos despiertos para reconocer Su
presencia y Su voz.
Toda mi vida fue caracterizada por
una amistad con el Señor que poquito a poco me iba moldeando y por el deseo de
servirle sobre todo en los hermanos más pequeños. No obstante eso, nunca pensé
que un día pudiese emprender el camino para ser religiosa. Como la mayoría de
las niñas, yo también soñaba con encontrar el príncipe azul, casarme y tener
muchos hijos. Además, deseaba ser maestra de escuela primaria. En la medida que
esos sueños empezaban a realizarse, me daba cuenta que, aunque lo que hacía y
vivía me gustaba mucho, había algo que me faltaba. Cuando terminé mi carrera
universitaria, cuando encontré trabajo como maestra, cuando la relación con el
chico que me gustaba se hacía siempre más seria, es decir cuando tenía todas
las razones para ser feliz, siempre escuchaba dentro de mí un estribillo que
repetía "África, África".
Hay que decir que para mí África no es tanto un lugar geográfico sino el sinónimo
de la parte más abandonada y explotada de la humanidad, de los últimos entre
los últimos.
A los 17 años empecé a
comprometerme en el voluntariado y a lo largo de muchos años colaboré con
distintas asociaciones que actuaban en mi ciudad y participé a los campamentos
de verano organizados por la familia Comboniana. Con el tiempo sentía que estas
experiencias "part-time" ya no me bastaban, que no podía seguir
picando: quería entregarme totalmente por la causa del Reino.
Fue en aquel entonces que me
planteé por primera vez la posibilidad de entrar en una congregación religiosa.
Mientras tanto el estribillo "África,
África" seguía imponiéndose en mi interior así que un día decidir irme
allí. Esperaba enamorarme o acabar con ella diciendo "lo he intentado pero
eso no es lo mío". Sin embargo, no viví ninguna de esas dos experiencias
sino que, aunque racionalmente estaba tentada a huir, en mi interior sentía que
estaba en el sitio justo, en mi sitio.
Cuando, hace tiempo, decidí ser
maestra lo hice porque me encantan los niños pero también porque veía en eso
una manera para prevenir el mal y el sufrimiento. Sé que si siguiera trabajando
en Italia podría dar más porque me movería en un campo conocido y en el cual me
siento competente, también sé que si siguiera adelante en mi trabajo de
sensibilización sobre el cuidado del medio ambiente llegaría a más personas,
pero las parábolas de la oveja y de la dracma perdidas nos enseñan que para
Dios la eficacia y la conveniencia no siguen nuestros criterios humanos. Ahí en
Mozambique sentí fuerte que mi sitio es a los pies de todos los crucifijos de
la historia, que el Señor me llama a ser recolectora de lágrimas de esas ovejas
preciosa que a los ojos del mundo no tienen valor.
Muchas personas, sobre todo las más
cercanas a mí, me repiten que no hace falta ir tan lejos para hacer el bien.
Tienen razón: en cualquier sitio y en cualquier estado de vida se puede amar y
vivir radicalmente el Evangelio. Pero creo que para cada uno de nosotros
existan unas situaciones que puedan hacernos sentir más plenos, abrirnos a una
fecundidad inesperada y desarrollar más nuestras potencialidades.
Jesús nos dice que su yugo es
ligero, de hecho cuando lo seguimos en la manera que más se encaja con nuestro
ser, encontramos descanso no obstante las pruebas y las dificultades que surgen
a la hora de ser discípulos. Encontramos ese descanso del corazón no porque
dejamos de comprometernos sino porque dejamos que nuestro barco vaya en la
misma dirección hacia la cual sopla el Espíritu.
Como decía al principio, creía que
la vocación fuese una llamada clara, que el Señor invitaba a cada uno a
seguirle por sendas iluminadas constantemente por el sol y sin embargo he
descubierto que Él nos llama a caminar con confianza en la penumbra, dándonos
la luz diaria necesaria para dar el paso. Anthony de Mello decía que quien
antes de dar un paso quiere tenerlo todo claro, pasa toda su vida con el pie
levantado. Yo, a pesar de mis dudas y de mis miedos, quiero vivir mi vida con
los dos pies en el suelo, viviendo a tope la realidad que ellos pisan y
disfrutando de ese viaje hacia la tierra prometida, tierra en la cual quizás
nunca entraré pero hacia la cual merece la pena y la vida encaminarse.
Imma
Cosola
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ResponderEliminarQuerida Imma. Hace poco nos conocimos en el internoviciado noviciado de Sevilla, donde he tenido la suerte de disfrutar y experimentar el amor y la misericordia que anida en tu interior. "AfrÁfr,Africa" sea siempre tu estimulo en los momentos difíciles. Des de haber leído esta profundas palabras que brota de los más hondo de tu ser, me ha quedado sin palabras. Que el noviciado sea para ti el mejor espacio donde puedas experimentar el amor de Dios y de la familia combiniana. Eres, una joven con mucha valia. Espero seguir disfrutando de la misma Imma. Gracias por tu palabras alentadoras. Animo, paz y alegría.
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