domingo, 5 de noviembre de 2017

¡Gracias por tanto bien recibido!



Estoy sentada en la cama, con la espalda apoyada en la pared. La casa huele a café recién hecho y las risas llegan desde la cocina. Acabamos de terminar de almorzar en la casa de las Combonianas, en la Chana, y a pesar de todas las veces que he estado con ellas, nunca consigo dejar de sorprenderme por tanta vitalidad. Vida que contagia, risas que pasan de unas a otras, acentos distintos de una misma lengua que tratan de perfeccionar y que suena genial. Portugal, Italia, México, España… República Centroafricana, Sur Sudán, Mozambique, Ecuador… tantas vivencias sentadas alrededor de una misma mesa, tanta energía y fuerza que se cuela y destrona al estrés que llevaba conmigo durante estas semanas. “Es otro rollo”… “Qué grandeza”. 

 Doy gracias por tanto bien recibido, como dicen los jesuitas, y decido escribir para no olvidar. Sé que mañana comenzaré de nuevo las clases, la rutina, las prisas y el no llegar a tiempo. Por eso quiero escribir estas sensaciones, por si el estrés o la vida diaria vuelven a instalarse recordar que sí, que se puede vivir de otro modo, con otro andar. Por si acaso me desenfoco, quiero recordar la sensación tan arrasadora de gratitud ante el matrimonio de laicos misioneros combonianos que abrió sus vidas y nos describió con extrema cercanía y cariño su estancia en misiones y su regreso, sus miedos y también su confianza en que verdaderamente seguían “remando mar adentro” por esta forma de vivir y estar en el mundo. 




 Quiero dejar por escrito también la calma y paz que me han dado esos ratitos de oración y compartir, sentados sobre unas alfombras en una habitación que no necesitaba más que unos cuantos cojines, unas telas y un pequeño baúl de madera vieja que tenía a su lado esa vela roja que indica que nunca estamos solos. Quiero escribir que me sentía acompañada por el grupo Combo y que me comprometí conmigo misma a seguir en los encuentros que hacemos una vez al mes, porque esos ratos me ayudaron a recordar lo sanador que es reponer fuerzas de ese modo. Quiero seguir caminando con esos jóvenes que vienen de lugares distintos para acompañar y dejarse acompañar, para darse cuenta, al igual que hice yo, que somos muchos jóvenes que nos movemos por el mismo motor. 



 También dejo por escrito algunas frases que para mí han sido luz, por si dentro de unos meses necesito recordarlas: “No somos una gota en el mar, somos el mar en una gota”. “No puedo vivir pensando que este no es mi sitio, pensando en el próximo destino, tengo que aprender a vivir aquí también; no voy de misión, soy misión”. “Somos Iglesia joven, tratamos de transformar el mundo… somos esa Iglesia que no se ve pero que existe”. “No estamos solos, somos muchas personitas en distintas partes del mundo luchando por una misma causa… somos una fuerza arrolladora”. 

 “No balconeen”, dice el Papa. No miremos la vida y nos quejemos de lo dura que es desde arriba, desde el balcón. Peguemos un salto y bajemos a la calle, remanguémonos y formemos parte con nuestra vida de esta realidad. “Hoy decido empujar este mundo”, como dice Pedro Sosa. 

A ti, que quizá también leas esto sentada en la cama con la espalda en la pared… ojalá te ayude a recordar o a seguir buscando. 

 Bego


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