lunes, 12 de marzo de 2018

Experiencia misionera en Malindi

Soy una joven de 26 años, que siempre he tenido el deseo de conocer el mundo de las misiones. En mi interior ha existido la inquietud de ver cuál podría ser el camino en mi vida. 

He tenido un trabajo y una vida muy buena que Dios me ha estado regalando. Pero esta inquietud, por momentos se hacía más grande. Era como una fuerza interior que me impulsaba a descubrir lo desconocido, a ver los diferentes caminos que hay en la misión, a conocer otras costumbres y realidades, etc. Ya no es sólo el deseo de ir a ayudar a los demás, sino es el hecho de estar entre la gente, compartir costumbres, hábitos, recursos, alegría y felicidad.
Maribel, en el centro, con la comunidad comboniana
He tenido la oportunidad de ir a Adu (Malindi), situado en Kenya (África), donde he podido conocer a una comunidad cristiana de combonianas, quienes me acogieron como una más, y a unas familias que me han dejado huella. En Adu la gente no tiene muchos recursos, viven prácticamente en cabañas, recogen el agua de la lluvia para beber, se alimentan de la agricultura y ganadería. A pesar de todo esto, la gente desprendía felicidad, emoción que brilla por su ausencia en la sociedad en la que vivimos. Una cosa que puedo remarcar es el amor con el que l@s misioner@s hacen las cosas en la misión. Es sentirse querid@s por Dios, y así, poder querer a los demás, a los más pobres, sin esperar nada a cambio. Sólo es ver cómo van progresando, dando un poco de esperanza a sus días. También he podido observar el concepto de vida que tiene la gente en África, al menos las personas que he conocido. Un alma transparente, gente que se vuelca por aquellos que se acercan queriendo hacer el bien, gente acogedora, capaces de compartir con el huésped todo lo que tienen, cuando a veces solo tienen para comer una vez al día. Es impresionante la dimensión de la acogida que pueden llegar a hacer estas personas. 

Esta experiencia para mí ha tenido, y tiene, un significado. Por una parte, la oportunidad de haber podido ir y conocer el mundo de la misión en una comunidad cristiana de combonianas, a penas en sus inicios, en un poblado muy precario donde los recursos son escasos y donde existe una cultura muy diferente. Todo esto es un regalo y el sentimiento que tengo es de agradecimiento. Esto permite abrir los ojos del corazón y la mente para ver la vida desde otro punto de vista, a ser más consciente de la realidad, a saber valorar y apreciar cada momento y cada cosa que tenemos. 

Por último, me gustaría compartir lo que esta experiencia está significando en mi vida. La razón es porque podría ser un camino de vida en el cual me sienta llamada. Si no es así, he podido conocer desde cerca otros caminos dentro de la misión en los cuales puedo sentirme llamada a ellos. En este momento de mi vida, he retomado mi vida anterior, ejerciendo la profesión que tanto me gusta: Enfermería. Esto también me ayuda para este camino de discernimiento en el que me encuentro. 

Ante todo esto, me gustaría concluir diciendo que, una de las cosas que me ha enseñado esta experiencia y que grabo en mi corazón es: “Esperar y tener paciencia porque todo llegará a su tiempo; y lo que llegue vendrá con Paz y Amor”. 

Pues Jesucristo espera, es paciente, y viene justo en el momento necesario, regalando la Paz interior y el Amor. 

Maribel

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